De error en error se va desinflando este Real Zaragoza que tan buena pinta tenía hace un mes, parece un siglo, cuando se exhibió en Oviedo. Poco queda de aquel equipo en este otro que cae víctima de fallos individuales y puntuales pero que se desacredita con desaciertos colectivos que empiezan en el campo y terminan en el banquillo. O quizá sea a la inversa. El caso es que un pase hacia atrás de Álvaro Vázquez al que no pudo llegar a Eguaras se convirtió en el gol del empate frente a Osasuna. Como en Albacete fueron los errores primero de Lasure al dejar descubierta la espalda y luego de Verdasca al anotarse en propia puerta. Como frente al Lugo fue aquel pase horizontal de Gual que se convirtió en el 0-1. Como...

Muchos errores puntuales que lastran a un Zaragoza que no anda sobrado de nada. La vuelta de Eguaras se entendió como una bendición pero la sola presencia del navarro no soluciona los problemas de juego cual milagro. El rival pone un jugador para taparle y problema resuelto, se acabó el Zaragoza. Así da lo mismo tener el balón, como lo tuvo el equipo en la primera parte, porque la producción de juego es mínima. La única ventaja es que no lo tiene el rival, que diría Cruyff. En 45 minutos el Zaragoza generó una ocasión y marcó un gol, el testarazo de Verdasca a la salida del único córner que el equipo botó al área, que le dio ventaja porque Cristian había vuelto a ser un gato para sacar el penalti que lanzó Brandon.

La segunda parte fue aún peor. Y no cabe la excusa de que el rival vino a encerrarse o que trabó el partido. Osasuna se merendó al Zaragoza en el segundo periodo subiendo líneas, adelantando la presión y, sobre todo, quitándole el balón. Ahí estuvo el gran error colectivo de un equipo incapaz primero de generar juego más allá de Eguaras y después de recuperar la posesión y el mando de los partidos. Una confusión general agravada por otro yerro individual, en esta ocasión el pase atrás de Álvaro Vázquez al que no llegó a Eguaras y que dejó a Roberto Torres dentro del área. Solo tuvo que ponérsela en bandeja a Brandon para que, esta vez sí, batiera a Cristian.

La confusión llega también al banquillo. O parte de él, según gustos. Imanol Idiakez no solo no da con la tecla para superar la presión rival insistiendo en el rombo contra viento y marea, sino que tampoco aporta soluciones. El primer cambio fue obligado por la lesión de Gual y puso a Soro, prácticamente cromo por cromo. El segundo llegó cuando Osasuna ya había empatado y el centro del campo era ya de los Fran Mérida, Roberto Torres y compañía. Con Zapater más impreciso que de costumbre y Ros agotado, Idiakez puso al fin a Igbekeme, por Eguaras. Tampoco es que el navarro hubiera podido hacer gran cosa. El técnico cambió el sistema a un 4-4-2 para intentar recuperar el sitio y la pelota.

El tercer cambio jamás llegó a producirse. Con el equipo medio muerto, con Osasuna llegando al área con peligro -Lasure evitó la derrota prácticamente en la línea de gol-, con la sensación de desastre sobrevolando La Romareda, Idiakez se guardó la última bala para desesperación de una grada a la que no le gusta lo que está viendo. El Real Zaragoza ha dejado de ser un equipo reconocible para ser otro al que cualquiera desmonta incluso en casa, sin capacidad para gobernar los partidos, sin recursos para jugar sin balón. Y con errores que le han hecho perder ya demasiados puntos.