El debate sobre si Víctor Muñoz se equivocó o no en el Camp Nou al realizar tres cambios --rotaciones-- en la alineación se ha puesto de moda fugaz en la calle y en la prensa, que son foros tradicionales de discusión. Hay opiniones que se decantan por el error del técnico y hay versiones que exponen la indiferencia de que jugara uno u otro ante la distancia deportiva que existe ahora mismo entre el Bar§a y el Real Zaragoza. Estas y otras perspectivas, sostenidas en una lectura anterior a los hechos --la más valiente, poco corriente y profesional--, en lo ocurrido o en la imposibilidad de conocer cuál habría sido el resultado de haber elegido el entrenador a otros protagonistas, son tan lícitas como auténticas y ciertas.La riqueza del conocimiento reside en el cruce de los antagonismos, nunca en los extremos fundamentalistas, en la exposición inteligente de las razones propias y en la escucha pausada de las ajenas. A mil años luz de la objetividad se encuentra, sin embargo, el análisis sobre ese hipotético fallo del entrenador cuando éste se realiza con el corazón. Algunos amigos de Víctor Muñoz --buenos y antiguos amigos, sin duda-- han salido en su defensa. Les honra ese gesto que muy bien podrían haber tenido antes de que se disputara el partido, cuando ya arreciaban las críticas.La amistad es un tesoro único, pero su brillo entorpece en muchas ocasiones el comentario sincero, que necesita de una mirada más fría. Quizá la amistad tenga más que ver con un abrazo de hielo a tiempo para alertar del error que con el apasionado apoyo incondicional. Se puede volver a decir, sin dramatismo alguno ni úlceras cariñosas, que Víctor es un gran entrenador que se equivocó ante al Sigma Olomouc y también frente al Bar§a.