En octubre Melchor Frechin cumplirá 81 años. Pero sigue con la fuerza y la vitalidad de un chaval. Conoció los Mallos de Riglos hace 60 años y sigue trepando por ellos como en su juventud. «Debe ser una cuestión de genética. Llevo una vida normal, tirando a metódica, la alimentación adecuada y poco más. No he fumado nunca y en la juventud bebí. Y en los años que viví en Navarra caía algo más». Nunca se ha lesionado, ni ha tenido una caída mala escalando. Su físico es privilegiado. «Lo único que tengo que cuidar es el colesterol y me tomo todos los días la pastilla», dice.

Pero lo mejor que le funciona es la cabeza. Tiene un cerebro privilegiado, las ideas muy claras, todo ello mezclado con una gran socarronería. «Lo de la cabeza es subjetivo. Pero mis amigos dicen que estoy bien. Según ellos tengo la mala leche de siempre y la retranca de los aragoneses». Esto le ha servido cuando está encima de la pared. «No tiene nada que ver lo que escalaba con 25 años con lo que hago ahora. Ahora estoy en un grado V- y llegué a estar en un VI A. La técnica la tengo igual que siempre, he perdido elasticidad, pero lo importante es no dudar encima de la pared», apunta.

Melchor hizo deporte desde su niñez. «De crío iba por el monte en una casa de mis abuelos en las Bellostas, en la Sierra de Guara». Frechin nació en Barcelona durante la guerra civil, pero muy pronto se fue a vivir a Zaragoza. «Mi padre era del bando que perdió. A mi madre y mis hermanas las montaron en un vagón de ganado y las llevaron a Aragón», explica el veterano escalador.

Desde entonces Melchor Frechin ha llevado las ideas republicanas en su corazón. La primera montaña la practicó en el Stadium Casablanca, hasta que se hizo socio de Montañeros de Aragón. «Llegué a ser secretario del club cuando era presidente Rafael Montaner. Pero ahora no hago vida social por el club. Un abuelo como yo no pinta nada por allí a no ser que vaya a por la lotería, a hacerme la licencia o a quedar con algún amigo. La gente joven tiene que tomar el mando, no como en la política española. Tenemos que ser menos corruptos y más europeos».

Empezó muy tarde, a los 22 años, a practicar montañismo. Y cuatro años más tarde se subió a su primera pared. «Me sabía a poco subir montañas y la cuerda me llamaba la atención. Escalaba con Julián Vicente, Pepe Díaz, Rafael Montaner y José Antonio Bescós, que era mi compañero de cordada». A principios de los años sesenta era un poco conflictivo ponerse a trepar por paredes. «Por aquel entonces lo primordial era tener un buen empleo, casarse y no teníamos tanto tiempo para hacer deporte». Frechin no les contaba a sus padres que se iba a escalar con los amigos. «Me callaba muchas cosas y cuando mis padres veían reseñas en los periódicos me hacían preguntas y les decía la verdad. Pero eran comprensivos», reconoce.

De aquella quinta fantástica destacaron Alberto Rabadá y Ernesto Navarro. «Eran sobresalientes en su actividad. Rabadá era un prodigio de la naturaleza y tenía un físico superdotado. Navarro era una persona menuda y delgada, una ardillita subiendo paredes. Ahora son casi una leyenda», asevera Frechin. También le dejó un rastro imborrable otra cordada. «Es la Ursi e Ibarzo, que marcaron el principio de la escalada moderna en Aragón».

En sus mejores años como escalador estuvo a la vanguardia europea. «Estoy orgulloso de la vía Bonatti en el Gran Capucin, el Pitón Carré en el Vignemale, el Tozal del Mayo o la noroeste del Cilindro». Pero si le dan a elegir, se queda con sus queridos Mallos de Riglos. «Tienen algo especial, no se si será por su color o la estructura de la roca. Soy una rara avis, porque soy el único escalador vivo que tiene el nombre de uno de los mallos», afirma.

Y sigue en activo. Con un grupo de unos 20 amigos, entre ellos Ursi y Cintero, quedan en el llamado clan de los martes para escalar en Riglos, la Peña Rueba o el Tozal de los Frailes. «Los viernes vamos desde el puente de América hasta La Cartuja por el Canal Imperial. Se hace cómodo. Cuando llegamos nos echamos un bocata en el bar Blasco y jugamos al guiñote», concluye.