Regresamos a la esencia de las cosas, las que distinguen a la tradición por encima de los caprichos y de dudosas avances hacia la modernidad del diseño, cuestión ésta de ida y vuelta en el tiempo de los artistas y sucedáneos. El viejo escudo del Real Zaragoza vuelve a bordarse en el corazón de los zaragocistas si es que alguna vez alguien logró extirpalo del generador de las emociones de la gente. La votación promovida por el club para que los abonados se decidieran por el antiguo o el creado para el 75 aniversario tuvo una respuesta demoledora a favor del pasado, es decir del presente sentimental. Se supo desde el primer minuto que el león coronado golearía no porque fuera más o menos bello o atractivo, sino porque en él rugen los latidos de la historia.

Los símbolos, en el fútbol y en la vida, no tienen por qué ser intocables, pero deben de respetarse algunas reglas no escritas. Por ejemplo, nunca reconstruirlos o someterlos a cirugía sin una consulta a quienes pertenecen en propiedad por pasión y herencia generacional. Agapito Iglesias lo hizo porque desconocía la trascendencia de los emblemas en un entorno impulsivo y provocó una revolución que, al final, ha tomado el palacio de la razón desde la queja constante y la batalla pacífica. La reivindicación popular ha vencido en las urnas.

Este triunfo democrático en el marco de una crisis devastadora en las parcelas deportiva y económica del Real Zaragoza, no suma puntos en la clasificación ni monedas para pagar deudas pendientes o sueldos actuales. Sin embargo, no es superficial. El hilo con el que se cosió el viejo escudo lleva el nombre de miles de personas que suspiraron por él y quizás ya no estén aquí para lucirlo con orgullo en su pecho zaragocista. Este triunfo mantiene vivo su entusiasmo, su fe y y cariño. Lo moderno siempre se eleva sobre valores inmortales.