El sendero sube serpenteando una ladera entre romero en flor y un joven pinar camino de Charo. De repente pica por una pequeña barranquera donde el piso arcilloso está algo embarrado. En una zancada Nora esbariza y se apoya sobre manos para no estozolarse. Pronto su amiga Edel acude a un rescate que su compañera, con su tesón, casi ni necesita. «Si te caes, hay que levantarse». A sus seis años tiene espíritu de titán. Edel y Nora son dos renacuajas que forman parte de la novedosa Escuela de Trail que el Club Atlético Sobrarbe ha abierto esta temporada.

Julián García es el monitor e ideólogo de esta iniciativa. La pandemia terminó de provocar la oferta de una extraescolar que le venía rondando la cabeza desde hace tiempo. Broto, Boltaña, L’Aínsa, Fiscal y Tierrantona son las sedes de este nuevo reclamo que desde marzo intenta insertar una actividad en alza entre la infancia del Sobrarbe y que sirve como excusa para apoyar el proceso educativo desde el deporte e inculcar el respeto por el entorno. Son unos 60 en total. «No se trata sólo de correr, sino de que puedan juntarse y potenciar una serie de valores entre ellos. El que puede correr, corre, el que se cansa, anda, pero se van apoyando unos a otros», indica Julián, natural de Alagón y en la zona desde hace década y media.

El viernes toca Tierrantona. Quedan en el campo de fútbol. A las 16.15. Todos van llegando puntuales acompañados de sus familiares. Hay días que hacen ejercicios en esta instalación y otros salen por los caminos circundantes. Julián se los conoce bien porque es promotor del Trail Valle de la Fueva y se los ha pateado a conciencia.

Ese día hace el reparto de las camisetas del club. Algunas son azules y otras rojas. Todas con el perfil de Peña Montañesa, que amanece real en un horizonte de campos verdes, con vacas pastando bajo un sol primaveral. Un entorno maravilloso. «Somos unos privilegiados, en la ciudad no pueden hacer esto», indica Óscar San Martín, un zagal que a sus once años es todo un líder. Sus padres llegaron al valle desde Zaragoza y él está aquí encantado. Juega al fútbol y ahora le está entrando el gusanillo por las carreras. «Soy algo salvaje, me gusta correr. Ahora salgo los fines de semana», cuenta Óscar.

Todos los corredores llevan su mascarilla al comenzar la clase pese a hacerse al aire libre. El monitor abre la fila que se estira sin remedio en distintos grupos. Cada cual va a su marcheta. Por detrás va de coche escoba Óscar, que vive con sus padres en Aluján. Se comunican con un Walkie Talkie. «Por aquí vamos bien, ¿qué tal por ahí?», pregunta Óscar. Su ojo siempre enfoca a uno de sus amigos, con una discapacidad que le hace ir más lento. «Entre todos tratamos de ayudarle, de integrarle. Aunque corramos de forma individual, todos nos conocemos, somos un equipo, tenemos que jugar como tal, apoyarnos entre todos», dicta Óscar con un discurso limpio, solidario y ejemplar.

¿Cuánto mide el Turbón?

A cada rato paran y se juntan de nuevo. Ahora Óscar se pone en cabeza antes de la última cuesta. «Las cuestas cuestan un poco», lamenta Nora. No hay competiciones, ni el ánimo es apuntarlos en ellas. Eso dependerá de cada familia. Julián prefiere darles información de esas montañas que les rodean. «¿Alguien sabe cuánto miden el Turbón y Cotiella?», pregunta a un enjambre de la que pronto salen respuestas. En el grupo hay más niños y cuatro niñas desde los seis años hasta los once. En otras poblaciones son más mayores, adolescentes, pero las dinámicas de compañerismo son similares y perseguidas. «Me lo dijo mi madre y me apunté. Me gusta correr e ir con mis amigos», declara Adrián Santorromán, que acude a tercero de Primaria al Colegio de Tierrantona, de donde se conocen casi todos, aunque también hay corredores que vienen de la cercana L’Aínsa.

La campeona Virginia Pérez Mesonero también lidera una iniciativa similar, con el mismo espíritu, desde Villanúa, en el Valle del Aragón, en La Jacetania. Estas dos experiencias certifican el arraigo de esta especialidad en crecimiento en el territorio pirenaico como herramienta para inculcar hábitos saludables y hacerlo de una forma divertida y en consonancia con respeto a la naturaleza.

«Recordad, para bajar abrid los brazos para encontrar mayor estabilidad y poned los pies hacia afuera». Son las instrucciones de Julián que todos siguen disciplinados. «Hay que levantar bien las rodillas y los talones para no tropezarse con las piedras y las raíces», apunta como buena alumna y con tenacidad Edel San Joaquín, de siete añazos y más lista que los ratones coloraos. Detrás de ella desciende Nora. Inseparables.