Vuelta al pasado. Regreso al drama. España emprendió un traumático viaje hacia ninguna parte en un Mundial que empezó de mala manera (a 48 horas del debut era despedido Julen Lopetegui y entraba para sustituirle Fernando Hierro) y terminó todavía mucho peor. Eliminada por una ordenada y disciplinada Rusia, un equipo del montón, que sí tuvo un plan para echar a la selección española a la calle en los octavos de final. Sucedió en la tanda de penaltis donde Akinfeev se transformó en el héroe nacional con dos paradas monumentales. Sus intervenciones a los disparos de Koke y Aspas permitieron a la anfitriona tumbar a la selección española en un Mundial para el olvido.

El camino quedó trazado hace unos años. Pero se fueron alejando, poco a poco, de manera imperceptible, tanto que no lo sentían suyo. Ni tampoco apostaron por regenerarlo. Se acabó España. Se acabó en una caída escandalosa que certifica un fracaso sin excusa alguna. El problema real es que será de ella ahora. La selección firmó un partido miserable retratando su también miserable Mundial. Cuatro partidos, tres empates (Portugal, Marruecos y Rusia), con una sola victoria: 1-0 a Irán con un gol de rebote.

Así se escribe el relato de una selección que ha dilapidado el tesoro más grande que tenía: una manera de jugar, un estilo, una identidad que le representaba. Algo en lo que creía, más allá de aquella maravillosa generación de jugadores que le llevaron al paraíso. Todo se enterró para dar paso a una versión desconocida y sin ningún tipo de forma definida.

RETRATO DE LA DECADENCIA / No le vale ni la excusa, ya histórica también, del penalti que pidió (y no fue señalado) a Ramos. Nada de eso vale de coartada que tuvo la opción en los dos penaltis que casi (sí, casi) para De Gea. Uno lo tocó y otro le pasó por debajo del cuerpo. Otro retrato de la decadente España. Fue un desastre. De inicio a fin.

Extremadamente impotente y frustrante resultó su juego, que le llevó a la condena final en el Luzhniki, el estadio donde se despidieron para siempre de la selección mitos como Iniesta (suplente con Hierro en una decisión que perseguirá al técnico por los siglos de los siglos) y Piqué, cuya mano alzada en el penalti ruso también no podrá olvidar. Ni le dejaran que la olvide.

Se va de Rusia como llegó, haciendo tal estrépito que las heridas tardarán meses y meses en curarse. Si sanan, claro. En Moscú estarán siempre las cenizas de una selección que no estuvo a la altura de lo que se esperaba. Tampoco se le exigía quedar campeona del mundo y coserse la segunda estrella en el pecho, pero lo que no resulta tolerable es que Rusia, que ocupaba el puesto 70º del ránking de la FIFA antes de empezar el Mundial, la echara a la calle en la primera eliminatoria. A las primeras de cambio. Ante el primitivo y pragmático juego ruso no se encontró respuesta alguna para contrarrestarlo, cayendo en la mediocridad.

ALMA ROTA / El partido fue el espejo del alma de una España rota y desequilibrada, por mucho músculo que se quisiera meter un seleccionador que apostó por el hierro y transformó a la selección en mantequilla. «¿Mi futuro? Eso es lo que menos importa ahora», dijo el técnico que llegó a Krasnodar como director deportivo, con traje y corbata, y terminó dirigiendo a España durante cuatro partidos de un lamentable Mundial. Lamentable porque fue de más a menos, incapaz de corregirse. De error en error hasta una caída colosal que permitió volver a ser la España de antaño, la de toda la vida.

Una selección antigua y sin grandeza en su fútbol. El descenso del paraíso que supuso haber ganado un Mundial y dos Eurocopas en cuatro años ha sido vertiginoso. Fugaz y dramático en los años posteriores. Todavía se recuerda aquella eliminación en la primera fase en el Mundial de Brasil, o la caída en octavos de la Eurocopa de Francia y ahora en octavos de Rusia 2018. Una decadencia que no se adivina solución. Ya no es lo que fue. Es la de siempre.