Quince años después de la Copa de Montjuïc, aniversario que se cumple mañana, 17 de marzo, el zaragocismo está más vivo que nunca. Una realidad que destaca sobremanera en la coyuntura actual, seis temporadas consecutivas en Segunda División sin que se divise el final. Ni la peor época en la historia del Real Zaragoza puede con la fe, el cariño y la lealtad de sus aficionados. Los que estuvieron en Montjuïc, y en Sevilla, y en Madrid, y en París... siguen hoy al pie del cañón. «Tenemos la puñetera suerte de que somos zaragocistas. Cualquier otro equipo no lo aguantaría», resume con precisión Miguel Ángel Almazor, de la peña de Barbastro.

El zaragocismo que hoy sufre sin remedio se forjó en las grandes noches, en las grandes gestas como la victoria sobre los Galácticos que, quince años después, es el último gran título del Real Zaragoza. Aquel 17 de marzo del 2004, 20.000 zaragocistas pusieron rumbo a la montaña mágica casi como una rutina. Era un miércoles y el Real Zaragoza acababa de volver a Primera tras el descenso del 2002, pero ya había jugado y ganado la final del 2001 y los éxitos de los noventa aún estaban frescos en la memoria y el corazón. Parecía que volvía el Zaragoza de siempre. Parecía.

Los aficionados que estuvieron allí coinciden unánimemente en el gran ambiente que se vivió en Barcelona. Todavía no existían las Fan Zone y las aficiones confraternizaban en una gran fiesta previa al duelo. «Recuerdo ir por el metro y por muchos sitios de Barcelona y que todo el mundo nos animara. Y más con las banderas de Aragón», recuerda Óscar Villavieja, de la peña Los Alifantes. «Una de las cosas que más me impresionó es que el fondo del Madrid eran todo banderas de España con el toro y el del Zaragoza eran todo banderas de Aragón», explica Almazor, de Barbastro.

Tras pedir permiso en el trabajo, madrugar para coger uno de los más de 40 autobuses de peñas que pusieron rumbo a Barcelona por la mañana (salieron 20 más por la tarde) y disfrutar del día en la Ciudad Condal, llegó el momento más esperado. «Fuimos al hotel donde se hospedaba el equipo, en la plaza de España. Había mucha gente para animarles cuando salieron. Entonces subimos a Montjuïc, aunque no funcionaban las escaleras mecánicas», cuenta Paco Bordonaba, de la peña Belchite-Montemolín. Una vez en el estadio tuvo otro pequeño problema: «Mi localidad no existía, tuve que ver el partido de pie».

En el estadio olímpico la visibilidad no era la mejor. Las pistas de atletismo alejaban la grada del césped, aunque eso no impidió a la afición disfrutarlo al máximo. «Ellos pensaban que lo tenían ganado. De hecho, no salieron ni a calentar. Nosotros no perdimos nunca la fe», explica Bordonaba. «Los madridistas pensaban que iban a ganar y nosotros pensábamos que íbamos a perder. Aquello fue un milagro», apunta José Antonio Iniesta, presidente de Los Magníficos. Vivió la final en el palco, «dos filas por detrás del rey», cerca de Florentino, Soláns... «No puedes celebrarlo como en la grada, tienes que contenerte. Pero con el gol de Galletti saltamos todos de alegría».

LAS SENSACIONES

«Todo el mundo decía que íbamos a perder y yo decía que íbamos a ganar. Ahora me han cambiado las vibraciones», dice Almazor. «Sabías que el Madrid era lo que era, pero te veías con opciones. No existía el abismo actual con los grandes», reflexiona Julián Villavieja, presidente de Los Alifantes. «En la final contra el Celta también íbamos de perdedores», recuerda Pablo Solanas, de la misma peña. «Aquel verano era una gozada comprarse cada día el periódico para leer los fichajes que estábamos haciendo, Villa, Milito... Aun así, no esperábamos llegar a una final, la verdad», continúa Villavieja.

Sin embargo, sucedió. El Real Zaragoza no solo llegó a una final, sino que se impuso a los Galácticos con el inolvidable gol de Galletti en la prórroga (2-3). «Se animó un montón, el partido fue súper emocionante y el gol de Galletti fue la bomba», resume Villavieja. «Ganar como ganó el Zaragoza a aquel Madrid lo pueden hacer muy pocos equipos», dice José Luis Villuendas, de Los Magníficos. «Lo disfrutamos mucho. Fue la mayor gozada que hemos tenido después de París», dice Carlos Asín, de Los Alifantes. «Con el 1-2 la teníamos ganada, el 2-2 nos quitó un poco de ilusión y con Galletti fue un subidón en todo el fondo zaragocista», resume José Formento, presidente de la peña Juan Señor de Alcorisa.

«Lo malo fue que al ser un miércoles no da tiempo a disfrutarla. En Sevilla acabamos cantando jotas a la una de la mañana. Aquí paramos a cenar y nos sirvieron porque le habíamos ganado al Madrid y eran muy catalanes, porque ya habían cerrado. Llegamos a las cuatro o las cinco a casa», recuerda Almazor, de Barbastro. «Volvimos reventados, pero contentos. Y dos días después paseamos la Copa por Ejea en un encuentro de peñas», rememora José Luis Uche, de Los Alifantes.

A TRABAJAR

Formento es panadero, viajó en coche particular y, nada más llegar a Alcorisa, se fue directamente al horno. Bordonaba tuvo que ponerse al volante en un autobús de Tuzsa. Los que no pudieron viajar lo celebraron un poco más. «Lo vimos en la misma peña, que entonces era un restaurante. Había buena mesada, estaríamos 40 o 50. El día que más resaca he tenido trabajando en mi vida fue después de la Recopa», cuenta Juan Carlos Abadías, presidente de la peña de Barbastro.

Quince años después el recuerdo y la ilusión permanecen intactos pese a que el Zaragoza no ha ganado nada desde el 2004 y no juega una final desde el 2006. «Vivimos de nostalgia», se lamenta Bordonaba. Pero ninguno renuncia. «Hay que ir a misa todos los domingos», dice Carlos Asín, que tiene un deseo: «No querría morirme sin ir a una final con mi nieto. Eso es lo mejor que me podía pasar en la vida. Si me hubiera muerto en París ya hubiera estado bien». Ahora aquello se ve muy lejos, «más por la situación actual que por el tiempo que ha pasado, porque no se desatasca», explica Almazor.

«Lo único bueno de haber caído en desgracia es que creo que ahora la afición es más leal al equipo. Es muy fácil ir a una final, pero estamos en Segunda y no hay un solo partido sin zaragocistas en las gradas», señala Julián Villavieja. «A ver si vuelven los buenos tiempos, esto no lo había vivido nunca. Lo bueno es que la afición responde», cuenta Formento. El número de peñas no deja de crecer. «El Zaragoza tiene ahora una afición que no ha tenido nunca», dice Iniesta. «La mejor del mundo», remata Asín.