En la fiesta de los toros un espontáneo es aquel personaje que se lanza a la arena para mostrar únicamente que es valiente, y nada más, dentro de una gran dosis de irresponsabilidad. Esa irrupción en medio de una gran faena del torero de turno puede acabar con la calidad del astado y desarmar una lidia prometedora. Ayer el espontáneo, ciertamente de pleno derecho, fue el polaco Kwiatkowski, un ciclista joven y con futuro en la profesión, pero excesivamente inquieto. Dejó ver que nadie le ha explicado lo que es el Tour. Rompió la etapa, embarcó en su aventura imposible a su compañero Martin, a quien fundió hasta lo insospechado en una gestión de gregario que muy pocos tienen capacidad para ello y, cuando le tocó dar la cara, se evaporó como la gaseosa.

Total, un fiasco absoluto desde el punto de vista estratégico. Hay que reconocer que consiguió hacer añicos la etapa reina de los Vosgos y de rebote a Alberto Contador, que de no haber mediado semejante batalla campal quizás se habría podido esconder en el pelotón y llevar la agonía de su caída a la jornada de descanso de hoy. Contador recordará al polaco como el juvenil que le echó vinagre en sus heridas. El tortazo del aspirante a ganar el Tour fue de campeonato, pero aún tuvo pundonor para seguir unos kilómetros hasta comprobar que en aquella situación era imposible subirse al tren del Tour.