-¿Sigue viendo fútbol?

-Claro, lo veo pero vamos, no entusiasmado aunque sí me gusta ver los partidos televisados. Antes iba a Vigo a verlos al estadio, pero ahora ya no conduzco.

-¿Está pendiente del Real Zaragoza?

-Lo miro con afecto y cariño. ¿Está en Segunda División, no?

-Sí, a mitad de tabla.

-A mitad de tabla, vaya por Dios. Hay que colaborar y darle ánimos. Echadle piropos al equipo, venga que se puede hacer, que se puede subir a Primera. ¿El otro día empató otra vez en casa, no? Malo, malo. Nosotros no perdíamos casi nunca en La Romareda. Hay que darle ánimos. ¡Y si no me voy yo para allá! (ríe a carcajadas). Llevo varios años de descanso ya y no estoy preparado para eso. De salud estoy estupendamente, pero la cabeza ya no es como antes. Trabajé mucho y la presión de tantos años me pasa factura.

-Antes de ser entrenador también fue jugador.

-Claro que sí, en Segunda División. Era delantero centro, primero fui interior izquierdo y luego delantero.

-¿De esa época le viene el apodo Carriega?

-Sí porque en Ginzo de Limia, un pueblecito a 20 kilómetros de Allariz, donde yo nací, había un jugador que se llamaba Carriega y cuando era jovencito todo el mundo me comparaba con él. Así que me lo pusieron y siempre me han conocido así. Ahora incluso se lo dicen también a mi hijo mayor, que entrena a niños pequeños en el Orense.

-¿Remataba bien de cabeza?

-Exactamente, era un buen rematador y tengo varios premios por ello. Era un goleador, para eso era el delantero. Cuando estaba en Zaragoza después de los entrenamientos me quedaba a veces con Arrúa y Ocampos y competía con ellos a ver quién remataba mejor de cabeza.

-¿Quién ganaba?

-A veces lo hacía mejor que ellos (ríe).

-En cuanto se retiró pasó inmediatamente al banquillo.

-Por supuesto que sí. Me gustaba porque me salían las cosas bien, tenía mis cosas de estudio pero tiraba también de mi experiencia, de tantos años y años jugando en Segunda y en Primera. Estaba preparado y, en Primera División, tuve suerte. Estuve 15 temporadas seguidas, más de 500 partidos.

-¿Su debut en Primera fue con el Sporting de Gijón?

-Exactamente, subimos a Primera haciendo un buen año, con varias goleadas incluso. Teníamos un equipo muy majo, Quini, Churruca, Lavandera, Castro… Internacionales algunos de ellos, gente joven.

-¿Cómo vino al Zaragoza?

-Me llamó el presidente Zalba y Eduardo Gil vino junto a su hermano a Gijón, cuando entrenaba al Sporting y el Zaragoza estaba aún en Segunda. Estuve encantadísimo en Zaragoza los cuatro años, como toda mi familia.

-Estaba Avelino Chaves.

-Exactamente, que era de aquí de Galicia. Lo conocía de antes y fue uno de los que me convenció. Luego, además, vivíamos muy cerca de su casa, en el Paseo Cuéllar. ¿Anda por ahí también?

-Sí, sí, por aquí sigue.

-Qué grandes recuerdos. Hacía muy buenos fichajes como secretario técnico. El Real Zaragoza tuvo mucha suerte con él. Tenía miedo al avión, pero tenía muy buenos contactos y trajo a grandes futbolistas sudamericanos.

-Le trajo a los Zaraguayos.

-Arrúa, Blanco, Ovejero, Ocampo, Lobo Diarte... ya casi no me acuerdo, eran muy buenos jugadores. El Zaragoza acababa de subir a Primera y estuve cuatro años estupendamente.

-¿Eran complicados de entrenar?

-No, entrenaban bien, los llevaba bien y estaban bien preparaditos. Les hablaba mucho, les explicaba mucho, les daba charlas y funcionaba estupendamente. Luego es verdad que algunas noches iba a la discoteca Iguana a vigilarlos y de vez en cuando los pillaba pero acababa haciendo la vista gorda porque luego respondían con goles los domingos (ríe).

-Arrúa y Diarte, casi nada.

-Cuando vinieron a Zaragoza les invitamos un día mi esposa y yo a comer a casa un cocido gallego y no vea cómo se lo comían todo, tenían un hambre los pobres… Eran tiempos difíciles y era una forma de que se aclimataran aquí también.

-Entonces no existían preparadores físicos ni de porteros ni nada de nada. ¿Cómo se las apañaba?

-No había nada, era yo el preparador físico. Estudié bien, no es que inventara yo la carrera pero me encargaba y funcionó bastante bien. Mire, me está enseñando ahora mi esposa un libro de la historia del Zaragoza y estoy viendo el 6-1 al Madrid. Un resultado marcado por la política, dice el libro (ríe).

-Ese año fueron subcampeones de Liga.

-Sí sí, el Real Madrid fue campeón y nosotros subcampeones. Tengo el libro aquí delante y dice, Carriega el mejor entrenador (ríe).

-Fueron años de mucho crecimiento del club.

-En varios aspectos porque hubo que ampliar La Romareda y se construyó la Ciudad Deportiva, que fue una referencia en toda España porque pocos clubs tenían una. Fuimos a Milán para copiar las instalaciones de Milanello y aproveché también para ver cómo trabajaban el Inter y el Milan. Me gustaba aprender, analizar y tomar buena nota para aplicarlo en mis equipos.

-¿Viajó a algún sitio más?

-Sí, estuve en el Mundial de Alemania con el presidente Zalba, fuimos a ver entrenar a las selecciones que participaban. Y en el año 86 estuve en Inglaterra con mi hijo viendo al Tottenham quince días. Mi hijo mayor les mandó un télex, entonces no había los medios de hoy en día, respondieron a la invitación y estuvimos allí con Hoddle, Ardiles, toda esa gente. Desayunábamos y comíamos con ellos y veíamos los sistemas de entrenamiento. Me gustaba estar pendiente de todo.

-¿Le gustaba viajar por ahí a ver partidos?

-No, los partidos no, porque podía verlos en casa tranquilamente. Me gustaba ver diferentes formas de entrenar.

-¿Cómo le gustaba jugar?

-Al contragolpe, y era estupendo. Lo hacía en todos los equipos muy bien, muy bien. Nada de ir toma, toma, toma. No no, a estar bien atrás, cerrar todo bien y en cuanto cogíamos la pelota, a correr y ya había tres hombres esperando el balón, los extremos y el delantero centro. Eso era lo normal, un 4-3-3. Era mi sistema de referencia.

-¿Cómo se analizaba entonces a los rivales?

-Era más complicado. Hay que tener en cuenta que entonces los resúmenes de los partidos se veían el lunes. Avelino Chaves me echaba una mano, iba a ver partidos y me hacía informes. Más tarde, cuando estaba en Sevilla y mi hijo vivía en Vigo iba a ver los partidos del Celta y me hacía informes también de los equipos que pasaban por allí.

-¿La afición era muy exigente?

-Estoy muy contento, con nosotros se portaban muy bien, ganábamos partidos y la gente disfrutaba. Estoy muy contento de que la gente disfrutara con aquel equipo. Los jugadores salían al campo a trabajar, a ganar y a darle satisfacciones a la gente.

-¿Guarda recuerdos de su etapa profesional?

-En mi casa en Allariz tengo en el sótano un despacho que es casi un pequeño museo, cuando tengo visitas a veces lo enseño. Guardo trofeos y fotografías, carteles, revistas de los años 70 y 80.

-¿Y de su época en el Real Zaragoza?

-Tengo una foto junto a Pelé firmada por él de cuando vino con el Santos a La Romareda. Además, en el dormitorio tenemos una talla de la Virgen del Pilar que nos regalaron en Zaragoza. Y alguna cosita más.

-¿Cómo qué?

-En la entrada de la casa tenemos dos faroles que son dos balones con una bombilla dentro. Nos los hicieron en Zaragoza y ahí siguen. Y la fachada de la finca está copiada de la de la Ciudad Deportiva, con los bloques y la alambrada que tenía por aquella época. Guardo también varios libros que tengo aquí delante ahora mismo.

-¿Qué dicen?

-Hay uno que se llama Recuerdos de un capellán de fútbol, de Juan Antonio Gracia, y estoy viendo una anécdota curiosa: ‘Carriega estuvo con nosotros durante los años de Zalba. Fue el único entrenador de la veintena que he conocido al que invité a cenar en mi casa al poco tiempo de llegar a Zaragoza. La sobremesa se prolongó durante más de dos horas. La verdad es que no sabría explicar por qué hice esta excepción con Luis Cid. Lo que sí puedo asegurar es que hablar con él era una delicia, entre otras cosas porque se podía conversar sobre temas que nada tenían que ver con el fútbol’.

-¿Era supersticioso?

-Tenía mis costumbres. Por ejemplo, mandé plantar ajos en las porterías. Todos los viernes iba al Pilar y le daba una limosna y le rezaba a San Judas Tadeo para que el equipo ganara. Años después cuando alguien de Zaragoza me visitaba estuviera donde estuviera le daba una moneda para que lo hiciera por mí. Y llevaba siempre el mismo traje y la misma gabardina en los partidos. La verdad es que no nos fue tan mal (ríe).