Era una situación perfectamente normal, como tantas que se han dado cada vez que que entra un coche de seguridad en pista. Cuando el coche de seguridad apaga sus luces indica que se retirará al final de esa vuelta. En ese momento el monoplaza que lidera la carrera tiene libertad para acelerar y frenar, y normalmente lo hace de forma más acusada e inesperada para obligar a que el segundo tome distancia, y cubrirse así de un adelantamiento en el relanzamiento de la carrera.

Así lo hizo Lewis Hamilton en Bakú -la telemetría corroboró que no hizo nada extraño- pero Sebastian Vettel se lo comió en una frenada y tocó con el alerón del Ferrari el difusor del Mercedes. Vettel se puso entonces paralelo a Hamilton, le increpó con el puño y golpeó deliberadamente el coche del inglés. Los comisarios le castigaron con una parada de 10 segundos en boxes, pero la sanción de exclusión planeó sobre todo el circuito de Bakú. La reacción es antideportiva e infantil. Y lo peor llegó después.

«Estamos aquí para competir. Somos adultos y la gente espera que utilicemos los codos, eso es lo que la gente quiere», explicó Vettel, malhumorado. «Si quiere demostrar que es un hombre, que lo haga fuera de la pista», le rebatió Hamilton. Niki Lauda, uno de los grandes defensores de Vettel, pero ahora jefe de Hamilton en Mercedes, fue más allá. «Vettel está loco. Hamilton le golpeará un día, no con el coche, sino con su puño».

Lo que tenía que ser una lucha por el título entre un tricampeón y un tetracampeón del mundo se convirtió en una pelea de taberna, por mucho que Toto Wolff, el jefe de Mercedes, intentara suavizarlo. «Ahora se han quitado los guantes. El deporte necesita la rivalidad. Lo que hemos visto hoy es el ingrediente de un gran campeonato. Son guerreros». El jefe de Ferrari, Mauriccio Arribavene, prefirió echar más leña al fuego. «No queremos recriminar, porque no es nuestro estilo, pero empezando con aquello que sucedió entre Bottas y Räikkönen, y llegando al episodio de Vettel... ¿Estamos en la F-1 o en el Coliseo?», espetó.