Ángel Correa es todo corazón. A los diez años era el sustento económico de su familia, gracias al fútbol. Cuando iba a firmar por el Atlético de Madrid, un problema cardíaco le mantuvo seis meses de baja, pero el club madrileño esperó y el resultado es un jugador visceral.

El argentino fue el que despertó al equipo, aletargado por el Girona, lejos de las buenas maneras de la primera parte. Correa aportó velocidad, desborde, verticalidad, intensidad Un frenesí de acciones productivas, aunque fuera en la moral de sus compañeros en busca del empate. Correa fue una vorágine de ideas y todas impulsaron la confianza de un ansioso e impotente Atlético, incluso lo hizo el inverosímil disparo lejano que intentó momentos después de entrar al campo.

Correa fue como un niño en un partido de veteranos, intentó cosas que normalmente no funcionan, confió en posibilidades ínfimas con la ilusión de la novedad, y así encontró el premio que se le negó al resto de sus compañeros.

El impulso de Gelson y Correa

Dos jugadas definieron la influencia del argentino en el juego, primero sirvió en bandeja una ocasión a Gelson en velocidad tras un robo, después, en una idea algo desmesurada, buscó a Diego Costa a la carrera entre los centrales con un pase eternamente largo. Terminó en gol, en propia puerta.

Correa provoca anomalías desde la imprevisibilidad que alteran el orden natural e invariable del sistema de Simeone. Correa es dueño de gran parte de la responsabilidad atlética en el empate gracias a desencorsetar las posibilidades del equipo, gracias a aportar una nueva perspectiva, desde la confianza, de lo que está dentro de las posibilidades del juego atlético.