No supo el Real Zaragoza defender los méritos que había acumulado para ganar o al menos no perder en el Anxo Carro. Le sobró descaro, decisión y ambiciones y le faltó acierto rematador frente a un Juan Carlos espectacular de vuelos y reflejos. También ese punto de maldita experiencia y saber estar que ya le había penalizado en anteriores encuentros, aunque no con tanta crueldad. Dio un paso atrás después de haber mirado siempre de cara al triunfo. Hasta Natxo González tiró la casa por la ventana, quizás con excesiva vehemencia y pasión, al sacar a Vinicuis Araújo cuando el escenario solicitaba quizás a Eguaras para aguantar el chaparrón final. El gesto de valentía del entrenador en busca de los tres puntos con el empate en el marcador jugó a favor del Lugo. Mucho más dos despistes en el marcaje de los que no se pueden admitir ni en categorías preescolares, sobre todo el segundo a un minuto del ocaso del partido.

El Real Zaragoza se empleó para un mejor resultado. Como mínimo el empate. Buff hizo su primer gol con flema y técnica; Alberto Benito subió por la banda como no se veía desde Alberto Belsué; Zapater abarcó metros y balones en un colosal despliegue; Borja lo hizo todo para marcar menos ajustar los disparos y no hubo integrante del equipo que bajara la guardia en entrega, compromiso y lealtad. La portería del Lugo sufrió un acoso constante que amainó Juan Carlos en el partido de su vida. En ese sentido, poco se le puede reprochar a un equipo que creyó en sí mismo y que dominó con autoridad en la parte central del choque .

Además encontró un portero de verdad. Si Juan Carlos amuralló la portería del cuadro gallego, Christian Álvarez justificó su titularidad con intervenciones de primer nivel, de guardameta grande. El argentino sacó dos manos como dos sartenes cuando el balón había elegido colarse y puso el pecho a un balazo a quemarropa. No, no fueron las suyas acciones casuales o afortunadas. En su forma de actuar hay un arquero que elige el destino. Poco pudo hacer en los tantos encajados, donde le dejaron a la intemperie, sin posibilidad de obrar más milagros.

El rendimiento fue alto, de auténtico crecimiento. El Lugo tuvo la virtud de acumular paciencia y el Real Zaragoza el defecto congénito de su extrema inocencia, que se acentuó en los rechaces, en las jugadas de estrategia pese a que Mikel González apareciera tras el descanso un poco despistado aún. Pero en este deporte suele ocurrir en ocasiones: cuando mejor juegas, peor pierdes. En el último ataque, un balón colgado con suma comodidad, todo el mundo se quedó mirando al pajarito de la cámara y voló el sistema de seguridad por los aires. Todo se vino abajo menos un Real Zaragoza que parece haber encontrado el camino para progresar si ajusta los tiempos y las decisiones y no se deja llevar por el entusiasmo

Natxo González tendrá que gestionar los efectos de este tremendo batacazo que complica y afea la clasificación. Es posible que el Real Zaragoza no alcance para logros de campanillas, pero en el Anxo Carro protagonizó su mejor encuentro, un partido que se le escapó porque le faltan tablas pero no argumentos para competir a un nivel más que digno. Ahora le toca salir del túnel anímico y remontar el vuelo. Doble ejercicio de madurez.