Portugal seguirá viviendo un maravilloso sueño hasta el último día. Hasta el 4 de julio, cuando estará en la final de la Eurocopa que organiza en el césped del estadio de la Luz, superando las expectativas más optimistas de un país que vive el momento cumbre de su historia futbolista. Vive un dulce sueño del que no quiere despertar. Disfruta de una golosa fiesta que no quiere acabar. En el primer gran torneo que alberga, disputará la primera final europea ante el ganador del Grecia-República Checa que se disputa hoy en Oporto, tras superar ayer a Holanda (2-1) en un encuentro más emotivo y tenso que bonito, como mandan los cánones cuando dos equipo se lo juegan todo.

Era imposible que el equipo de Luiz Felipe Scolari perdiera. Se trataba de una lucha desigual entre 10 millones de personas y los once holandeses --y algunos miles de la grada-- que saltaron al campo. Desde que partió el autocar de Alcochete, la sede de la concentración, una multitudinaria caravana --7.000 motos y 5.000 coches, según algunas estimaciones-- acompañó al equipo, dándole todo su aliento, haciéndole depositario de toda su ilusión. La fría Holanda sucumbió a la pasión local porque no se dejó arrastrar por el corazón hasta que no se vio con un 2-0 en contra. La reacción final, con todos los delanteros centro que tenía --todos, a excepción de Kluivert-- resultó tardía.

MIEDO GENERAL De haber empezado como acabó, tal vez su suerte habría sido distinta. Seguro que el duelo habría sido también mejor, porque el comienzo de ambos equipos no aventuró nada bueno. Salieron a jugar a policías y ladrones, persiguiéndose unos a otros en función de quien tuviera el balón. Demasiada responsabilidad, demasiados nervios había sobre el césped por alcanzar una final con su país que nadie había disputado. Sólo un gol podía recordarles que habían salido a jugar un partido de fútbol. Y, afortunadamente, ese gol llegó pronto por un error de Van Bronckhorst, que desatendió el marcaje de Cristiano Ronaldo, la nueva perla del fútbol portugués, y permitió que el joven extremo del Manchester United cabeceara a placer y desatara el júbilo de todo un país que en ese momento explotó su alegría desbordante.

El tanto desencadenó la reacción de Holanda, que transitaba por el Alvalade dormitando, sin chispa ni velocidad, reteniendo el balón por el mero hecho de alardear de que es uno de los mejores en su posesión. Pase y pase, y otro pase. Ser dueño del balón sin sacar provecho, sin obrar oportunidades, sin llegar al gol es inutil. Una pérdida de tiempo. Y el que puso el despertador fue, precisamente, uno de los que suele sestear. Marc Overmars andaba despierto porque Advocaat le nombró al recitar la alineación.

El todavía extremo azulgrana --había cinco del Bar§a en la alineación holandesa-- fue uno de los mejores. Desbordó a Nuno Valente un par de veces y dio la asistencia a Van Nistelrooy en el gol que anuló Frisk (m. 39). Pero Advocaat le cambió en el descanso. No se atrevió con Robben, con los palos que le habían caído previamente. Intuyendo que habría pocas ocasiones, colocó rematadores (Makaay y Van Hooijdonk) apostando por el pelotazo.

UNA NOVEDAD Scolari también había introducido una novedad. Y como los milagros no existen, Pauleta fue el mismo lastre de los dos primeros partidos, desperdiciando una gran ocasión para marcar el 2-0. Un desastre comparado con el buen hacer de Ronaldo y de Figo, que quiso hacerse perdonar por el desplante de los cuartos y fue designado el hombre del partido con una generosa entrega. No le anduvo a la zaga el habilidoso Deco.

A Portugal le funcionaron los peloteros y a los de Holanda, que anduvieron como fantasmas todo el duelo, ni se les vio. Cocu y Davids cumplieron con la misión de barrer la zona ancha, pero Seedorf fue un alma en pena. En el bando luso barrió Costinha, pero Maniche demostró que, además de correr, pasa y dispara a puerta que es un primor, logran un magnífico tanto.

Andrade devolvió el regalo de Van Bronckhorst cuando Holanda tenía más delanteros que defensas. El central del Deportivo sólo provocó que la gesta fuera mayor. Porque, al final, había 10 millones de personas bajo los palos de Ricardo.