Tener una idea es maravilloso. Intentar implantar un estilo, una filosofía futbolística desde categoría infantil hasta el primer equipo para crear una cadena, unos hábitos y un determinado tipo de juego y de jugadores, también. El modelo que Lalo Arantegui lleva cerca de dos años tratando de instaurar en el Real Zaragoza es un excelente propósito: pone en valor el futuro, crea una unidad de acción, es atractivo y, si está bien ejecutado y con buenos profesionales, los resultados deberían ser visibles en el medio plazo. Esa idea tiene una amplitud y unas pretensiones verdaderamente extensas pero, como consecuencia de la crisis de resultados del primer equipo, ha acabado simplificada en el rombo, el patrón de trabajo. El mal funcionamiento de la cúspide de la cadena ha terminado por confundir los árboles con el bosque.

El rombo con el que Natxo González hizo fortuna la campaña pasada se ha gripado esta vez. ¿Por qué? Porque los jugadores motrices que lo deberían haber hecho carburar no han estado o no han estado al nivel exigido. Ha fallado Eguaras, primero lesionado y luego mal, han fallado los mediapuntas (Papu apenas ha participado, Buff ha sido un fiasco, Soro no fue aprovechado en su momento álgido y Biel desapareció). Y los carriles interiores no han tenido regularidad.

Tras dos semanas insistiendo en la fórmula sin éxito, Alcaraz fue flexible y cambió por fin en Tarragona: jugó con tres centrales. Era necesario en este momento. En el futuro, la disponibilidad y el estado de forma de los futbolistas debería ir marcando el sistema. Sin obsesiones estúpidas. Con inteligencia coyuntural.