El desencanto que invade a los aficionados españoles es comprensible y, a lo que se ve, irreversible. Si Armstrong está en el buen camino para fulminar el récord de cinco triunfos seguidos de Induráin, Virenque está lanzado a superar la marca que Bahamontes comparte con Van Impe en el dominio de las montañas. Pero eso no es lo peor. En el devenir de la carrera la situación tampoco es propicia. La representación española está a la deriva. Con Heras, Zubeldia, Sevilla y Mayo fuera de circulación, solamente el bravo Mancebo, actual campeón de España, aporta la nada despreciable satisfacción de ver a uno de los nuestros en la lucha por el podio.

No olvidamos que Mancebo y Basso han sido los únicos que han osado atacar al Tío Sam en los Pirineos. Desde el punto de vista estratégico, estamos asisitiendo a un Tour sin encanto. No es culpa de Armstrong, ni mucho menos, que aplica con precisión la fórmula que más le conviene. El americano sabe que los mismos componentes, en idénticas proporciones, generan siempre la misma sustancia. Por eso, en las etapas decisivas, su equipo eleva una octava el ritmo, asfixiando a sus rivales.

Todos van cayendo como fruta madura, incapaces de soportar en los desniveles la marcha que imponen Rubiera y Azevedo. El resto ya se sabe. No es un ciclismo bonito, pero sí efectivo. Si lo sabrá Induráin, que hizo fortuna con una fórmula parecida. Así, al aficionado sólo le mueve el morbo de ver si sucumbe algún día el campeón, pues disfrutar de una jornada de guerra sin cuartel no encaja en este ciclismo moderno. La última vez que un equipo salió en tromba a matar o morir ocurrió en el Tour del 95, cuando en la etapa de Mende el Once, comandado por Jalabert, lanzó sobre Induráin un ataque en tromba histórico.

Aquel día ganaron todos, pero sobre todo el ciclismo. Eso ya no se lleva, aunque el CSC, cuyo potencial es fabuloso, tiene recursos suficientes para poner en un aprieto al US Postal. Ahora bien, para generar un seísmo de esa naturaleza hay que trabajar una etapa durísima como la de ayer desde el primer kilómetro y estar dispuestos a lo mejor y a lo peor.