El Carmen es uno de los feudos más místicos de la categoría. Su atmósfera de club de barrio dispara el encanto que envuelve este campo que tanto respeto suscita dentro del exigente grupo III. Son muchos los técnicos que reconocen lo incómodo que resulta tener que visitar La Almozara. Son sabedores de que ahí los partidos se vuelven feos, complicados de dominar. Además tienen que lidiar con un equipo de brega constante, de ímpetu hasta el último instante y de futbolistas cuya actitud es incansable a pesar de las adversidades. Son los ingredientes para que el Ebro se blinde en su hogar.

Los números de la escuadra de Emilio Larraz en defensa son espléndidos. Ha encajado un gol en los últimos 420 minutos, más de cuatro partidos. Su seguridad en defensa no es fruto de la casualidad, detrás hay un trabajo semanal permanente. De entrenamientos repletos de intensidad donde los jugadores se alinean para rendir al máximo durante la totalidad de cada encuentro, honrando así la identidad que caracteriza al Ebro.

Esta personalidad se ve reflejada en El Carmen, la fortaleza arlequinada. Históricamente este feudo no ha sido territorio sencillo para sus visitantes. En estos tres años en Segunda B han disputado un total de 51 encuentros como local, de todos ellos han sufrido ocho derrotas, es decir, únicamente ocho equipos se han marchado con los tres puntos de Zaragoza en tres temporadas.

Si atendemos solo a los últimos 20 encuentros disputados en territorio arlequinado se aprecia mejor el rendimiento en su casa. Solo dos derrotas, siendo una de ellas frente al Mallorca de Vicente Moreno, un equipo que saltó al césped artificial de El Carmen con jugadores como Lago Junior, Manolo Reina o Salva Sevilla.

La asignatura pendiente del Ebro sigue siendo mejorar la efectividad de cara a portería. En multitud de partidos en el presente curso han tenido la oportunidad de tumbar a varios oponentes, pero la escasa eficacia en momentos puntuales impidió que los zaragozanos transformasen algunos empates en triunfos.

Muro defensivo

Al finalizar el derbi zaragozano, con empate a cero, Emilio Larraz dijo que «si logramos tener más puntería en ataque seremos capaces de aspirar a la zona alta de la tabla». Una premisa que nace a partir de la buena labor del Ebro en la zaga. Los arlequinados han conseguido que su sistema defensivo empiece a recoger los frutos del gran trabajo que hay a sus espaldas. La primera pieza de este éxito es Salva de la Cruz. El guardameta castellonense ha sostenido al equipo en multitud de ocasiones con intervenciones de nivel casi celestial. La línea de cuatro zagueros también tiene mucha culpa.

La marcha de un coloso como Alfonso a la Premier de Malasia no ha trastocado el alto nivel en la retaguardia. Su sustituto, Michele Diana, también tiene aptitudes para ser igual de férreo que sus compañeros, o Tiago Portuga, un recién llegado. Los capataces, Pajarero, Ubay, Regino y Simón, ponen el oficio para que el bloque de hormigón del Ebro siga consistente. Son jugadores de barro, que exprimen hasta la última gota de su energía para multiplicar esfuerzos y cerrar con robustez la portería. Ellos son los encargados de ejecutar con maestría el plan que Larraz y su equipo técnico diseñan desde su libreta. Los guardianes de la fortaleza de La Almozara.