Este Real Zaragoza es una mala copia de una reliquia, un fósil del gran depredador que fue y al que pasean por las peores plazas del fútbol español como una atracción circense. Se le han añadido mecanismos de segunda y tercera mano para que se mueva, para que simule gestos intimidatorios de dinosaurio, pero todo el mundo ha descubierto más pronto que tarde, sobre todo sus rivales, la farsa del montaje. Avejentado, sin calidad para definir ni para defender, mustio por un centro del campo de juego paquidérmico... Samaras, durante el rato que salió al campo, fue la metáfora perfecta de un animal extinguido al que se quiere mantener con vida por el interés de sus propietarios, que desconocen la vergüenza propia y se burlan de la ajena.

La comparecencia de Christian Lapetra para ratificar a Raúl Agné y asegurar que, a cuatro puntos del descenso, él y el Consejo miran aún hacia arriba, puede parecer pura y manida diplomacia, pero se trata de una lección de malos modales o de no tenerlos. Posiblemente un cambio de entrenador no vaya a mejorar grandes cosas, aunque es posible que sí las suficientes. Eso sí, insinuar a la afición que no hay por qué descartar la zona alta de la clasificación, es tomarla directamente por imbécil. Lapetra es un eslabón intrascendente en las decisiones que habla por la voz de sus amos, un aplicado recadista de ultramarinos. Sin embargo, expresa muy bien la ausencia de sensibilidad de un grupo de empresarios que jamás se comportarían con esa desfachatez en sus negocios.

Que el Real Zaragoza se iba a meter en serios problemas se veía venir. Que tendrá que luchar para salvarse es evidente desde el empate bastardo en Alcorcón. La amenaza del descenso llama ya a la puerta porque la plantilla ha perdido hasta el ánimo por competir, arrastrando sus huesos en una procesión desordenada pero firme hacia la mayor de las catástrofes. Cambiar de entrenador, según dicta la ley de este mundo, es imprescindible porque el objetivo ha variado y porque el mensaje de Agné ha caducado en el campo y frente a los micrófonos. También hay que sentar en el banco a titulares ilustres por mucho que duela porque su aportación no ha sido la esperada. A otros debería enviárseles a galeras directamente por nula profesionalidad..

A las tradicionales herramientas de solución habría que sumar una, sin duda la tan eficaz como de ingenuo planteamiento, para que se produzca la agitación interna que necesita el club y sobre todo el equipo: un cambio en bloque de esta directiva que niega la monstruosidad de su criatura y la pasea como un trofeo. El Real Zaragoza va camino de ser una pieza de museo, un esqueleto fosilizado por gestores antediluvianos. Sí se puede evitar... Sin ellos, dueños del esperpento, magnates de la pobreza de recursos deportivos . Habrá que gritar y repetir "¡Salve, César! antes de que sus senadores apuñalen el último aliento de este equipo aún imperial.