Está viviendo Borja Iglesias una sensación extraña en los últimos tiempos para él. Una sensación, en todo caso, previsible, porque no es fácil el salto desde la Segunda B, donde la rompió en el filial del Celta, a la Segunda. Ahora acumula cuatro jornadas sin marcar desde que anotó el segundo tanto ante el Córdoba (sí firmó un gol al Granada en Copa unos días después). En total, 335 minutos ligueros desde que hizo el tanto de la victoria ante el Córdoba, el 1-2 (m.69), cuando también había abierto la lata para sellar un doblete en El Arcángel.

No firmó diana ante Alcorcón, Lugo y Oviedo, en los que jugó el partido completo, ni en los 44 minutos que Figueroa Vázquez le permitió estar sobre el césped contra el Nástic antes de mostrarle una segunda amarilla de ciencia ficción por el teatro de Dimitrievski. Desde marzo del 2016, donde estuvo hasta 16 partidos y 18 jornadas (se perdió dos) en el Celta B sin marcar, no pasaba por una crisis goleadora peor. En aquella ocasión la frenó con un gol al Izarra en la jornada 30.

Y es que su año pasado fue tan deslumbrante con 34 goles en 39 partidos entre la Liga y el playoff de ascenso que hizo que el ariete gallego no se pasase nunca más de dos jornadas seguidas sin ver puerta. Le sucedió eso en tres ocasiones, el estar dos partidos seguidos sin marcar. Ese fue su máximo de sequía. De ahí la sensación extraña que vive. De este modo, el curso pasado llegó a anotar durante ocho jornadas consecutivas y marcó en 25 partidos distintos, toda una barbaridad.

Para proseguir con su crecimiento, el Celta decidió una cesión a la que aspiraron todos los equipos de Segunda y que logró el Zaragoza. A Borja se le adivinan hechuras de gran ariete y lo que ha apuntado en este inicio de Liga revela el acierto en lograr su cesión del Celta. No solo marca, sino que además genera fútbol y se asocia bien, siendo un incordio continuo para las defensas rivales. Es un delantero total, pero vive del gol y necesita cuanto antes frenar esta leve sequía.

La apuesta de la veintena

Dos entrenadores importantes en su carrera, como Tito García Sanjuán, que lo dirigió en la cantera del Villarreal, o Alejandro Menéndez, su último técnico en el filial del Celta y el que mayor rendimiento le sacó, pronosticaban que Borja, con el salto de categoría y lo que implicaba su debut en la división de plata, podía rondar en este curso la veintena de goles, una cifra sin duda magnífica para un jugador que se estrena en categoría profesional.

En todo caso, la cifra no es, desde luego, descabellada viendo todo el repertorio futbolístico que muestra Borja. Además, el punta zaragocista comenzó bien. Marcó de penalti, que hicieron sobre él, al Granada y selló el triunfo en Córdoba con dos latigazos de ariete de verdad, de delantero de nivel. En las tres primeras jornadas anotó tres goles.

Pero ahí su fuente en Liga se secó. Marcó de pena máxima en la Copa ante el Granada, pero en la competición doméstica falló un mano a mano claro en Lugo, donde la cruzó demasiado con todo a favor, no tuvo ocasiones ante el Alcorcón ni frente al Nástic (ahí en parte por culpa de Figueroa Vázquez), mientras que en Oviedo erró hasta tres oportunidades muy claras, ya que cruzó demasiado su disparo después de un córner, se encontró con Juan Carlos cuando Buff le dejó una asistencia para encarar al meta y mandó alto un control maravilloso disparando mal cuando ya había hecho lo más difícil. Ahora, su objetivo es acabar con su sequía ante el Numancia.