El Giro ya mira hacia esa eterna nube de vapor que marca y sirve para que los turistas descubran la cima del Etna. No está previsto que el volcán entre hoy en erupción, pero sí que su carretera comience a marcar la pauta de una ronda que por ahora domina Rohan Dennis y en la que Chris Froome, a 55 segundos de la maglia rosa, sigue mostrando signos de flaqueza. En la quinta etapa, ganada por el italiano Enrico Battaglin, el corredor británico volvió a sufrir, aunque la imaginaria campana instalada en la línea de meta le salvó de una nueva decepción.

En el Etna (esta vez se sube por una nueva ruta, según los organizadores más dura, y distinta a la que le sirvió a Alberto Contador para exhibirse en el 2011, luego le quitaron la victoria como daño colateral en el episodio del solomillo) es imposible esconder las caretas. Las ruedas amigas, la de los gregarios que pueden oxigenar, solo sirven para ayudar pero no tapan ni esconden la decepción. ¿Froome está tocado? Será en la sexta etapa cuando se sabrá.

Por ahora, invade la duda, si bien es verdad que en la Vuelta, a excepción del año pasado que llegó más fino y por eso ganó, siempre ha dado la misma impresión. Cuando parecía que se cortaba, de repente sacaba fuerzas de la chistera y empalmaba con el grupo de favoritos. En la rampa final que conducía a la segunda meta siciliana del Giro, cuando se intensificó la carrera, Froome se encontró en las últimas posiciones del pelotón. Se salvó, después de los segundos perdidos el martes y de la decepción de la contrarreloj inicial, si bien la afrontó después de una fuerte caída en las calles de Jerusalén. El misterio se resolverá en el Etna. Todos mirarán otra vez al británico.