El 13 de junio del 2019 fue un día fatídico para Chris Froome. Los accidentes, por desgracia, son imprevisibles y llegan de la manera más inesperada. El moco cae por la nariz, se desliza hacia el labio, molesta, se saca la mano del manillar en plena bajada, a más de 50 kilómetros por hora, una ráfaga de viento desestabiliza la bicicleta de contrarreloj, a las ruedas lenticulares, sin radios y por donde el aire no encuentra una salida, y llega la caída. Adiós al Tour, a la temporada y quizás a la carrera deportiva del mejor ciclista para grandes vueltas de los últimos años: cuatro Tours, dos Vueltas y un Giro lo contemplan.

Froome está llamado a ser el gran protagonista del próximo Tour, al menos el que centrará el mayor número de miradas y donde aspira a una quinta victoria para igualar los registros de Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Bernard Hinault y Miguel Induráin, puesto que Lance Armstrong ha sido borrado de la historia. Y el Tour, por más ímpetu que se ponga en fomentar un circuito mundial de carreras, el World Tour que empezó la semana pasada en Australia, sigue y seguirá siendo por los siglos de los siglos la principal atracción en el planeta ciclista.

Si ganas el Tour lo ganas todo, más allá de la pasión por la tierra blanca de la Strada Bianche, del esprint de San Remo, de los muros de Flandes, de los adoquines de Roubaix, de las trampas de la Lieja o de las hojas caídas en la otoñal Lombardía. Incluso el Giro deberá vivir de las fuerzas que los ciclistas decidan reservar para el Tour, para no llegar a la salida de Niza sin gasolina en el depósito. Y la Vuelta se ilumina desde hace años con los exámenes de los que buscan aprobar la asignatura ciclista tras el suspenso de julio. O hasta de un Froome, del que también se espera que repita este año la experiencia que más le gusta; buscar la ruta triunfal hacia Madrid corriendo la Vuelta tras la disputa de la ronda francesa.

LA RECUPERACIÓN

Atrás han quedado semanas y semanas de quirófano, hospitales, rehabilitación y las lógicas dudas que se producen al volver a pedalear. Pero tal como hizo Alejandro Valverde tras su brutal porrazo en el prólogo del Tour del 2017, el último ganado precisamente por Froome, el ciclista africano quiere volver al trono del reino ciclista y por más razones que le ponga su compañero de equipo colombiano Egan Bernal, último vencedor en los Campos Elíseos, desea escalar la primera plaza del podio de París el domingo 19 de julio.

EN EL TOUR UEA

La presumible guerra en el equipo Ineos será una constante a lo largo de una temporada que Froome estrena de forma oficial el próximo 23 de febrero en el Tour de los Emiratos Árabes, la primera prueba que debe conducirlo hasta París. Sabe que durante los próximos meses no solo se le observará para ver cómo se ha recuperado de la caída, sino para comprobar si esta en riesgo su jefatura de filas en el conjunto británico, ante un joven de Colombia que tiene 12 años menos y que está llamado a ser el ciclista que recoja su testigo como gran dominador del ciclismo mundial, al menos en las carreras de tres semanas.

Froome y Bernal, matrimonio o divorcio, serán los líderes de un Ineos británico, el equipo heredero del Sky, donde corre también Geraint Thomas, de 33 años, último británico en ganar el Tour (20'18) y segundo clasificado el año pasado tras Bernal. Froome, si ha vuelto, si se prepara para un quinto triunfo, si va a dedicar toda su preparación (ha entrenado estos últimos días en Gran Canaria) en exclusiva hacia el Tour es porque quiere ganarlo. Y eso es algo que Bernal debe tener claro, a pesar de que él también ha renunciado a todo, incluso a su concurso en el Giro, para dedicarse solo a la ronda francesa. Pero ambos, el Ineos y también Thomas, deben asumir que en el primer escalón del podio de París solo cabe una persona, algo que sus rivales también saben y que pueden aprovechar.