Hubo un momento mágico, extraordinario. Hubo un instante en el que Mikel Landa se puso delante de todos los favoritos y atacó. Solo ante el peligro y con 4 kilómetros para la cima del Izoard. Hubo otro momento, ya en la Case Déserte, el paraje más simbólico del monte, esencia de Fausto Coppi y Louison Bobet, en el que Landa miró hacia atrás. Había atacado Chris Froome. Había dejado por unos instantes la compañía de Romain Bardet y Rigo Urán. Se paró y esperó a su jefe como adviertiendo al mundo, al planeta ciclista, que cumplía órdenes… por última vez en una montaña del Tour.

Froome ya lo tiene. Le queda solo una contrarreloj de 22 kilómetros en Marsella que debe ser tan solo un trámite para él. Ni soñando, ni sintiéndose en el paraíso ciclista, Bardet sería capaz de contrarrestar a Froome y, ciertamente, Urán lleva mucho tiempo sin tener una buena actuación contra el cronómetro.

TRIUNFO DE BARGUIL

Allí donde Coppi y Bobet hicieron historia, allí donde Warren Barguil ganó la etapa y demostró que era un rey de la montaña con corona de oro, Froome se sintió feliz porque derrotó a una cordillera alpina que siempre le resulta esquiva y porque por primera vez, aunque solo mantenga 23 segundos de ventaja sobre Bardet, sintió que empezaba a tener la carrera ganada.

¿Qué habría sido de Froome sin Landa a su lado? ¿Y también, por qué no decirlo, sin Michal Kwiatkwoski y Mikel Nieve? Se dice que el ciclismo es un deporte individual. ¡Mentira! Sin el potencial del Sky, sin un Kwiatwoski que todo líder querría tener a su servicio, seguramente Froome no ganaría este año el Tour. Porque Froome no ha sido, tampoco en el Izoard, aquel ciclista que se iba en solitario cuando atacaba en Ax-3-Domaines (2013) o en La Pierre de Saint Martin (2015). Siempre, y este viernes en el Izoard no fue la excepción, ha sido capturado por sus rivales.

EL PLAN DEL SKY

Todo estaba preparado y estudiado en el Sky para que Froome se luciera en la montaña de Coppi y Bobet. Estaba previsto el ataque de Landa para ver cómo respondían los rivales, una ofensiva que, de hecho, sirvió para fulminar a Fabio Aru. Si Landa atacó fue porque se lo ordenó Froome, porque el plan del británico era demarrar cuando llegaba la pequeña bajada que lleva hasta la Casse Déserte (la zona sin vegetación del Izoard), conectar con Landa, que lo estaba esperando, y hasta a ser posible llegar los dos juntos a la meta para emular a Bernard Hinault y Greg Lemond, en Alpe d’Huez, en el Tour de 1986.

Pero Bardet y Urán resistieron su empuje; un día más, y una subida más no le quedó más remedio a Landa que volver a sacrificarse por su jefe de filas. Bardet arañó cuatro segundos por la bonificación. Un tiempo insignificante en la lucha por la victoria final. Froome respiró. “Doy las gracias al equipo. Estoy muy contento porque en los Alpes siempre tengo problemas”. Gracias equipo… y gracias sobre todo a un Landa que no volverá a subir nunca más por el Izoard, por el Galibier o por la Croix de Fer siendo segundo de nadie.