Al finalizar el partido ante el Getafe, Alvaro esperaba impaciente con su camiseta del Zaragoza recién estrenada a su padre, tanto que no le dejó acabar las entrevistas. Lo quería todo para él y por eso al central brasileño no le quedó más remedio que tomar en brazos a su primer hijo --tiene otro de siete meses--, y atender a los medios con un improvisado acompañante mientras su mujer sonreía. La escena sirve de perfecto marco de las líneas que rigen la vida del defensa zaragocista, que siempre se ha apoyado en la familia y en la fe como los dos pilares básicos de su vida, y que ha crecido como futbolista sustentado en el trabajo y en la confianza en sus posibilidades.

Esa misma confianza es la que le llevaba a extrañarse el año pasado porque se le resistían los goles de cabeza. Con un salto potente, gracias a un magnífico tren inferior, y con la determinación que distingue a los buenos futbolistas, el central tiene en el juego aéreo una de sus mejores facetas, tanto en la parte defensiva como en ataque. Tuvo que esperar a su tercer gol en el Zaragoza, ante el Celta en Balaídos en la jornada 30, para inaugurar su casillero con la cabeza. Pero esta temporada no ha tenido que aguardar tanto. Lo logró en la Supercopa, tras cabecear un perfecto envío de Savio, y ayer lo hizo por partida doble para colocarse como Pichichi de la Liga al aprovechar dos saques de falta de Galletti.

Majestuoso y demoledor

Todas esas dianas tienen en común ese convencimiento con el que Alvaro afronta la vida y el fútbol. El central cabeceó el primer envío de Galletti elevándose majestuoso entre la defensa del Getafe para que el balón saliera picado hacia el Sergio Sánchez y la estirada del guardameta sólo sirviera para lucir en las fotos. Poco pudo hacer en ese gol, pero menos en el segundo del central. Alvaro entró con la fuerza de un obús, cortando como un cuchillo en la mantequilla, y cabeceó a bocajarro, sin que al portero le quedara más posibilidad que esperar un milagroso fallo o recoger el balón de las mallas. Ocurrió lo segundo.

Con esos dos goles Alvaro fue el héroe de la tarde, como también lo había sido toda la temporada pasada. Desde su llegada, creció al lado de Milito y entre ambos formaron una de las mejores sociedades de la Liga. La siguen formando, a pesar del verano que ambos han vivido. Al menos, las reclamaciones del Mariscal , en forma del pago del 50% de su fichaje, han sido atendidas, pero no las de Alvaro, que empezó la pretemporada con la amargura de comprobar cómo el club no le atendía una petición de mejora económica sustentada en una anterior promesa de los dirigentes zaragocistas y, por supuesto, en un rendimiento extraordinario, y hasta inesperado, durante todo el curso pasado.

Por eso no ha sido una pretemporada fácil para él y, como siempre, se ha refugiado en el trabajo, en la fe y en los suyos. Es la fórmula que siempre ha tenido en su vida y la mejor manera de sobreponerse a los malos momentos, como lo fue en su día el asunto de los pasaportes falsos que le obligó a dejar Las Palmas y regresar a Brasil.

Pecó en algún amistoso de verano de excesiva dureza, de ir demasiado pasado de revoluciones, pero al final ha conseguido canalizar su fuerza para empezar la temporada al nivel que mostró en su año de debut en el Zaragoza. Una actuación soberbia, con diana incluida, en la vuelta de la Supercopa en Mestalla fue el inmejorable comienzo, que ayer continuó con un partidazo soberbio, creciendo minuto a minuto en defensa y demoledor en ataque. Y él sigue trabajando en silencio, esperando que sus demandas sean atendidas por quien corresponde, pero sin bajar un ápice su nivel. Por eso su sonrisa al finalizar el partido. Por eso y por el beso de Alvarito .