Jorge Lorenzo (Ducati), 31 años, el quinto más grande vencedor del Mundial con 66 victorias, poseedor de cinco títulos, primer tricampeón español de MotoGP, no hace nunca las cosas discretamente. Su tremenda y apoteósica victoria de ayer en el Gran Premio de Italia, en Mugello, ante 90.310 tifossi que se comportaron como villanos con Marc Márquez (Honda), fue toda una lección de sabiduría, paciencia, pilotaje, coraje, determinación y cabezonería.

Lorenzo, fichado por Ducati por 12,5 millones de euros por temporada, ha sido despreciado por la fábrica italiana por no haber sabido adaptarse al caballo loco de la Desmosedici. Es más, Claudio Domenicali, máximo responsable de la fábrica propiedad de Audi, dijo que Lorenzo solo era «un gran piloto», a lo que el mallorquín respondió con contundencia: «No soy un gran piloto, soy un tricampeón».

Y ayer, cuando la tribu roja saltaba de alegría en el box de la firma de Borgo Panigale, Domenicali persiguió a Lorenzo para felicitarle y Jorge le rechazó mil veces el saludo. Lorenzo sabe que los jefes del equipo, los que trabajan con él en el paddock (Claudio Ciabatti, Davide Tardozzi y el ingeniero Gigi Dall’Igna) querían que continuase con ellos. Domenicali lo vetó. Y Lorenzo ha tenido que buscarse la vida por su cuenta, en un equipo privado (rico), con una Yamaha casi de prestado (oficial, buena) y con el mejor patrocinador del mundo (la petrolera malaya Petrones). Ahí correrá Lorenzo los dos próximos años.

Por eso ayer, después de una de las mayores exhibiciones que piloto alguno puede hacer (Mugello, Italia, con una moto italiana y frente a una manada de candidatos italianos), Lorenzo, que llevaba 1 año 6 meses y 19 días sin ganar, dio un puñetazo sobre la mesa («sí, estoy feliz, porque he cerrado muchas bocas») y les dijo a los de Ducati que ahora ya es demasiado tarde: «Si hubieseis confiado en mí antes, si me hubierais hecho caso antes, si me hubieses proporcionado las mejoras que os pedí antes y que, ahora, me permiten ganar, tal vez la historia habría sido otra».

Ya no hay historia. La de de Lorenzo con Ducati se acabó ayer. O empezó a languidecer. Por eso Lorenzo quería la victoria, para pregonar semejante injusticia desde lo más alto del podio: «Valentino Rossi se pasó dos años sin ganar con esta moto, no ganó nunca; Andrea Dovizioso tardó 70 carreras en lograr su primera victoria y, ahora, vosotros, al año y pico, ya habláis mal de mí».

Lorenzo se convirtió en el cuarto vencedor en seis carreras: Márquez (EEUU, Jerez y Le Mans), Dovi (Catar), Cal Crutchlow (Argentina) y Lorenzo (Italia). Y lo hizo con la misma contundencia con que había logrado el 45% de sus 65 triunfos anteriores, liderando el GP desde la primera a la última vuelta. Por detrás, Márquez se caía por culpa del neumático delantero: «Hacía un año que no me caía porque hacía un año que no montaba esta misma rueda». Dovi, que muy bien de Lorenzo no ha hablado dentro de Ducati, debía chupar rueda y conformarse con la plata. Y Valentino Rossi, que había convocado a la tribu amarilla para que insultasen, pitasen, desestabilizasen y hasta le construyeran una tumba a Márquez a la entrada de Mugiallo, no tuvo más remedio que conformarse con el bronce, él que tanto oro ganó en su tiempo.