Perder de 15 puntos y que la afición entera, sin excepción alguna, esté de pie agradeciendo el esfuerzo de los jugadores, en una temporada en la que les han hecho soñar y vibrar otra vez, dice mucho de lo conseguido por el Tecnyconta. Hay derrotas amargas y otras, como la de ayer ante el Barça Lassa (81-96), que llenan de orgullo a cualquiera y que sirven para mirar al futuro con unos ojos llenos de esperanza. Se perdió en el tercer partido de semifinales, pero el corazón baloncestístico de Zaragoza volvió a latir nuevo con mucha fuerza.

Ni el pundonor que mostró el equipo, ni el orgullo que transmitió, ni el hambre de pelear hasta el final, ese que tantas y tantas victorias le ha dado al Tecnyconta en esta recién terminada campaña, pudieron con un Barcelona en modo francotirador. Fue una apisonadora ofensiva, una máquina casi imposible de parar y repleta de calidad individual. Cualquier pequeña reacción aragonesa fue respondida con mano de hierro, con firmeza desde la línea de tres y con una intensidad defensiva tremenda. A pesar de la grada no paró de entonar ese cántico tan de aquí, el ¡Sí, se puede!, el Barça cerró cualquier opción esperanza en el triunfo.

Ya en el primer cuarto se atisbó lo que iba a ser el encuentro. El Barça lanzó once tiros de tres y solo su mal porcentaje al comienzo dejó al Tecnyconta con vida. Después, llegó el bombardeo desde fuera y también desde dentro, aunque Okoye y Seibutis trataron de mantener a su equipo en el choque a base de puntos.

El Barça pronto rompió el encuentro en el marcador y creó una brecha que ya fue insalvable a pesar de los innumerables esfuerzos por agarrarse al duelo. El atasco en ataque fue generalizado ante la buena defensa azulgrana. No ayudó tampoco que se cargaran de faltas Fran Vázquez y Justiz ni que Singleton y Kuric empezasen a enchufar con una facilidad pasmosa, de auténticas estrellas.

Los 20 puntos de ventaja que cogió el cuadro de Pesic en el tercer periodo fueron una losa enorme, pero surgió el gen ganador y orgulloso del equipo para pelear hasta el final. Justiz y Okoye fueron dos titanes, dos bestias ofensivas que hicieron soñar a la parroquia rojilla con la remontada. Justiz acabó con 24 puntos y 32 de valoración y Okoye, con 19 puntos. A pesar del esfuerzo del cubano y del nigeriano, no había manera de bajar de los diez de diferencia y, por si había alguna rendija abierta, Kuric y un extraordinario Heurtel, con cuatro triples consecutivos entre ambos, la cerraron de un portazo.

Y en medio de ese ir y venir de triples y de intensidad zaragozana emergió (y no es poco habitual ya) un tremendo Carlos Alocén. El niño de casa, el genio en el que todos se identifican. El capitán. Dio otra lección de fuerza, de dignidad y de honra. Él fue el espejo de la afición. Si Alocén no se rinde, nadie lo hace. La pena es que no bastara para reducir la distancia y ganar. Lección de honra a pesar de la derrota.