Apareció por primera vez Giorgios Samaras el día que el Zaragoza volvió a ser el de antes. El decadente, se entiende. Láinez le encontró un lugar al griego cerca de Ángel y cambió el dibujo aprovechando que le faltaba el tercer hombre de la medular. En el 4-4-2, el heleno se asemejó poco al Edu Bedia del 4-1-4- 1. Ni se pretendía. Apareció para atacar zonas y posibilidades inexploradas hasta ayer por las condiciones antitéticas del cántabro. No le compusieron, sin embargo, una buena tarde para debutar como titular, aunque abrió caminos en los que deberá incidir el equipo en las batallas finales.

Aporta Samaras, desde luego, más llegada, pese a esa flema con la que se maneja por todo el frente de ataque, donde dejó algún detalle de lo que un día fue. Así toca adivinar la categoría que le puede dar al Zaragoza con algunos de sus inteligentes movimientos. No queda mucho tiempo, poco más de un mes, para sacarle provecho al aura que le condujo hasta La Romareda. Esos toques de precisión en el aire, talento puro, con los que se fabricó una oportunidad en la primera parte y un remate en escorzo del segundo periodo lo acercaron al gol. No está aún para mucho más, aunque compitió el partido. Noventa días después, Samaras fue titular y jugó los 90 minutos. Le faltarían otros tantos para ser el futbolista necesario. Láinez tendrá que conformarse con su trote alto y su garbo, con su experiencia y su capacidad en la combinación también.

No comprende el fútbol español, poco a sus compañeros y casi nada del idioma, aunque en el lenguaje universal del balón debe ser capaz de inyectar algún punto a la clasificación del Zaragoza. Lástima, y barbaridad, que haya llegado tres meses tarde al fútbol de un equipo que se ha acoquinado cuando parecía que el camino se le había limpiado de problemas y miserias. Nada más alejado. Le queda un campo de minas por delante, formado por cuatro equipos que pelean por el ascenso y el nuevo Rayo, que viene como una centella.

En La Romareda, sobre todo, el heleno puede ser bien interesante en esos momentos en los que el Zaragoza se suelta y es capaz de generar llegadas por dentro y por fuera. Será bien necesario, sin ir más lejos, este viernes en el que faltará Cani. El zaragozano se encontró en Reus con el cerril López Amaya, conocido árbitro que anduvo todo el partido amagando hasta que al final se soltó el pelo con una roja. Es un decir. Con la expulsión de Cani se le viene otro problema a Láinez, a un Zaragoza en el que se vio a más de uno despistado, por no decir perdido. Si a alguno le gustó poco o nada el griego, lo puede sujetar en la comparación con los desconocidos minutos de Jorge Pombo, las inexactitudes de Javi Ros o la ambigüedad de Manu Lanzarote, que dejó 15 minutos de exquiseteces antes de las insensateces de sus batallas personales. Cuando más lo necesitó su equipo con el balón, no estuvo.

Se diría que el cambio de sistema estropeó el rendimiento de algunos futbolistas, quizá por incomprensión. Despistó sobre todo a los dos a quienes obligó a modificar el trabajo en las bandas del centro del campo, donde había un peón menos. Ahí fue peor, mucho peor, Ros. Hará reflexionar a Láinez, seguro, el partido de Pombo, extrañamente torpe, casi irritado con el balón, que no le obedeció. Patinó y patinó hasta que le llegó el cambio cantado en el descanso. Cani levantó a medias la cabeza del equipo, pero el fútbol se fue a morir repetidamente a orillas del área. Pese a que Láinez cargó la zona de ataque con dinamita para percutir por las bandas, con Xumetra y Edu García, no logró asaltar la fortaleza defensiva del Reus. El Zaragoza nunca comprendió el partido ni la forma de atacarlo, quizá porque el guion se lo habían escrito en griego.