Mientras Agapito Iglesias deshoja la margarita en plena depresión primaveral por lo cruel y desagradecido que el destino podría llegar a serle, el Real Zaragoza se adentra en la recta final de la Liga en tierra de nadie y con la perspectiva de estar obligado a afrontar otra revolución enorme en la plantilla este verano entrante. Una vieja y gravosa costumbre de la SAD que volverá a cumplirse religiosamente una vez más. En esta ocasión por fortuna... En total son catorce los futbolistas con contrato en vigor, muchos de los cuales ni siquiera seguirán, algunos porque sus fichas serán inasumibles, otros porque serán traspasados y un puñado porque no tendrán asiento reservado.

El control de la LFP restringirá nuevamente el gasto en la plantilla y habrá que hilar muy fino para fichar a los mejores jugadores al alcance con una cantidad de dinero reducida. Saber dónde poner más euros y dónde menos. No como este año, con apuestas carísimas y nítidamente fallidas. En cualquier caso, el verano debería ser un buen momento para que el Real Zaragoza introduzca alguna pincelada aragonesa más en el vestuario, un señuelo que ha ido perdiendo bien por razones económicas con jugadores imposibles de retener por su extraordinaria categoría (Cani o Ander), bien por falta de voluntad en algún supuesto (como Soriano), o bien por selección natural en su mayoría.

Hombres que en su tiempo no cabían en aquellos Zaragozas estupendos, aragoneses de cuna como Longás, Ripa, Luso Delgado u otros trabajados en la Ciudad Deportiva como Piti, que ahora perfectamente podrían formar parte de este equipo por su sensible devaluación. La presencia de alguno en el proyecto, y de los que se pudieran incorporar desde abajo, sería agradecida: el sentimiento de identidad quedaría reforzado. Ahora es posible hacer hueco. Antes, no. Para aquellos Zaragozas no les alcanzaba.