Luis María Garriga descubrió el atletismo a los 15 años en un bar de Borja que se llamaba Mi casa. Era 1960. «Disfrutaba viendo la final olímpica de los Juegos de Roma y competían Thomas y Brumel, entre otros. Desde entonces me sedujo el atletismo. Fue como cuando te enamoras y dices que esa es la mujer de tu vida. Me encariñé del salto de altura y mi objetivo fue competir en unos Juegos Olímpicos», explica. El borjano era un deportista con talento y progresó de manera vertiginosa. Un año después de su revelación entró en la residencia Blume de Barcelona. Todo fue muy rápido y en 1964 era olímpico. Se disputaban los Juegos en Tokio y la mínima de asistencia en el salto de altura era de 2,06 metros. «El 19 de abril fui el primer español en superar los dos metros. Fue en Manresa. Después en el Nacional júnior de La Coruña pasé los 2,02 y fallé sobre 2,06. En las históricas pistas de San Ignacio en Bilbao pasé los 2,04 y dejé temblando los 2,06», revive.

Al aragonés se le acababan las oportunidades. Solo le quedaba una en el estadio Vallehermoso de Madrid, donde se celebraban los Campeonatos de España absolutos. Hasta ese día el joven saltador tuvo que superar una adversidad extra al sufrir un accidente en la carretera camino de Madrid. «Dos días antes vino a Borja Rafa Cano, un atleta que era muy amigo. Tomamos unos cafés en la plaza del Campo del Toro y cenamos tranquilamente en mi casa la noche del viernes». Al día siguiente sucedió lo imprevisto. «Nos fuimos a Madrid con mi moto Ducati 250. Pero entre Almazán y Medinaceli se reventó una de las ruedas y el trompazo fue impresionante. Rodé a la derecha y caí en una vaguada. El golpe en mi glúteo fue tremendo. Vimos a un camión y le dijimos que la llevaran a un taller de Almazán. Allí llamé a mi padre para que nos recogiera en su taxi Nino, un amigo, para trasladarnos a Madrid». Al día siguiente era la gran final de la altura. Garriga veía imposible competir. «La desesperación fue brutal, pensé adiós a los Juegos».

La gran cita

Aún recuerda lo mal que pasó la noche previa. «Me hospedé en la pensión Numancia, en la calle San Sebastián, que estaba detrás de la Puerta del Sol. La llevaba un matrimonio que me trataba con mucho afecto siempre que iba. La mujer me puso unos apósitos en la pierna, pero estaba muy angustiado y dormí mal». Se levantó dolorido. Pero no le quedaba otra que intentarlo en Vallehermoso aquella histórica tarde del 19 de septiembre de 1964. «Cuando salí a la pista parecía un cromo, lleno de vendajes y esparadrapos. No pensaba en la mínima olímpica, sino en ganar el oro. Empecé a calentar y me molestaba el glúteo, pero no me veía tan mal. Iba mejorando y eso me animó».

Y comenzó la competición. Con 1,85 se quedó solo Garriga. «Se corría sobre ceniza y se aterrizaba sobre un montón de arena». Saltó a la primera 1,90, 1,95 y 2,02. Solo le quedaba superar los 2,06 para conseguir el billete para Tokio. Lo logró. «El último salto fue impecable. Superé el 2,06, récord de España». Garriga fue el sexto y último atleta español que logró la clasificación para Japón. Allí compitieron otros tres aragoneses, tiradores José Luis Alonso y Juan García y el boxeador Valentín Loren. Cuando emprendió el viaje a Tokio desde Madrid este joven borjano se sintió un poco como Marco Polo. «Volamos en un Air France 707 e hicimos escalas en Teherán, Karachi, Bangkok hasta llegar a Tokio», recuerda.

Cuando llegaron al aeropuerto, Garriga transportó su mente al bar Mi Casa de Borja. «Habían pasado solo cuatro años y era olímpico por España. El recibimiento de las japonesas con kimono fue con una flor de almendro en lo que era un mundo diferente, de ensueño», dice. Los Juegos de Tokio se disputaron del 10 al 24 de octubre. «Nací 53 días después del Bombardeo de Hiroshima y 19 años después desfilaba en Tokio. Tengo la imagen de Hirohito en la rendición de Japón ante Estados Unidos y después inaugurando los Juegos», apunta el saltador vinculado toda su vida al Real Zaragoza. Su experiencia en el país del sol naciente fue una sorpresa constante. «Nos instalaron en una zona de casitas y al salir nos saludaban matrimonios inclinando la cabeza y les encantaba hacer fotografías. A mi madre le regalé una cajita de música que todavía conservo». Los deportistas pasaban el rato en la Villa Olímpica. «Recuerdo que el día del Pilar cogí una guitarra Yamaha y canté una jota. Era extrovertido, sociable y me gustaba divertirme. Mi objetivo era buscar la felicidad».

El día de la competición se acercaba. Tenía escasas posibilidades de clasificarse para la gran final. «Lo que distingue a una persona es lo que tiene debajo de la boina. Como decía mi padre eso es fundamental», sentencia el zaragozano. Garriga competía en el estilo de rodillo ventral, la técnica clásica de encarar el listón hasta que rompió moldes Fosbury saltando de espaldas en México-68. «Mi técnica era compleja y de gran belleza, pero con la de Fosbury se saltaban 25 centímetros más. Tenía una carrera de siete zancadas que me costaba hacer casi tres segundos, pero no era rápido. Era diestro y mi pierna de batida era la izquierda. En el salto envolvía el listón como si lo abrazara».

Se pasaba a la final con 2,06, su propia marca. «Empecé en 1,90 y lo superé a la primera como el 1,95, 2,00 y el 2,03 a la tercera. El 2,06 me quedé encima del listón, se arqueó y salió disparado hacia arriba. Brumel lo superó a la tercera y al final se llevó el oro con 2,18 y récord olímpico». Era el final de una bonita aventura. «No estaba nervioso, pero era demasiado joven y fui víctima del ambiente. Pero no estoy frustrado y la experiencia fue fantástica». Cuatro años más tarde fue finalista en México.