Es la París-Roubaix. La carrera más importante del ciclismo del mundo. Son 257 kilómetros con 54 de adoquines. El bosque de Arenberg, Mons-en-Pévéle, el Carrefour de l’Abre son nombres de leyenda como lo son el Galibier, el Tourmalet, la Redoute, el Koppenberg, el Mortirolo, las Tres Cimas de Lavaredo o los Lagos de Covadonga. Solo los elegidos han podido ganar en el Infierno del Norte en sus 117 ediciones. Mitos de la historia como Cancellara, Tom Boonen, Moser, De Vlaeminck, Sagan, Van Looy o Merckx.

Este año venció el veterano Philip Gilbert en una carrera prohibida para los españoles. Ninguno forma parte de su historial. A la París-Roubaix se le adora o se le desprecia. Bernard Hinault la ganó tan solo una vez. Fue en 1981 y juró que no volvía por esos caminos para el ganado. Este año estuvieron en la salida de Compiegne dos altoragoneses, los dos del Movistar. El jacetano Jaime Castrillo y el sabiñaniguense Jorge Arcas. Ambos se retiraron.

Castrillo, como Hinault, no volvería a la prueba francesa. No le gustó nada su primera experiencia. «Siempre es bonito disputar estas grandes carreras, pero no se adapta a mis características. No sería de mi agrado regresar», reconoce el jacetano. Sin embargo, Arcas ya es casi un experto. La ha disputado tres veces. Pero el domingo se tuvo que retirar a 13 kilómetros de la meta. «No veía muy bien del polvo que levantaban los coches. Llevaba gafas, pero los ojos se me irritan muy rápido, se me nubló la vista y no pude llegar». Abandonó en el Carrefour de l’Arbre. «Peor habría sido una caída. El año pasado pude acabar la prueba en el velódromo de Roubaix», dice.

Este año pudo ser protagonista de la prueba. «Disfruté pasando los primeros tramos de pavés con una escapada de ocho corredores. Pasé los nueve primeros tramos hasta Arenberg. Allí va picando para arriba y si entras a 50 por hora acabas a 30. Es una recta de tres kilómetros muy larga».

Arcas intentaba ir por los laterales antes que por la chepa de los adoquines. «Si puedo voy por la tierra, pero te la juegas. Hay muchos agujeros y los tramos de tierra no están arreglados. Al final vas por donde puedes». Por el centro el ciclista sufre muchas vibraciones. «No se pueden doblar ni los dedos de la mano. Solo ponemos doble cinta al manillar y un tubular más ancho. Si llueve las curvas son muy peligrosas». Pero Arcas ha comenzado un romance con la carrera. «Me gusta mucho, la dureza es muy grande, pero hay que vivirla. El ambiente en los pavés con el público es impresionante. Siempre se sueña con hacer cosas grandes allí».

Castrillo corrió antes el Tour de Flandes y tras Roubaix se embarcará en la Amstel y la Flecha Valona. «Flandes es muy especial por su ambiente desde la salida plagada de gente. Aquí los tramos de pavés son en subida, en Francia son en llano, en tramos más largos y con mucho espacio entre los adoquines. Es una carrera diferente a las demás. La experiencia es un grado y la ganan corredores con peso. Sería un éxito terminarla en el futuro», dice Castrillo. Su objetivo era «entrar en una fuga e intentar acabar. Pero no se pudo. Cualquier sitio es peligroso. Al menos volvimos de una pieza sin caídas y sin pinchazos». Pasó Aranberg y se retiró a falta de 70 kilómetros de meta.