Un autogol de Ramalho en el Girona-Atlético de Madrid cuando el partido tocaba a su fin provocó que se volatilizaran dos puntos que el equipo de Montilivi ya acariciaba. Sin ser ni mucho menos un mal resultado, aquel 1-1 fue el punto de partida de lo que hoy ya es una crisis de manual del Girona, que ha superado los dos meses sin conocer la victoria (el 1-3 del 25 de noviembre en el campo del Espanyol) y lleva camino de los tres meses sin cerrar la portería (desde el 0-0 ante el Leganés del 10 de noviembre son 15 partidos seguidos encajando goles entre Liga y Copa). El Huesca juega allí el sábado a las 20.45 horas.

También ha desaparecido aquel confortable colchón de 10 puntos sobre el descenso que tuvo el equipo de Eusebio Sacristán en la jornada 14. Todo lo que puede salir mal al Girona, le sale peor. Ha salido con heridas graves de un mes de enero esquizofrénico, en que las alegrías de la Copa (el KO al Atlético y una suculenta eliminatoria de cuartos, económicamente hablando, contra el Real Madrid) se pagó muy caro en la Liga.

El periplo copero coincidió también con la apertura del mercado de invierno. El Girona pasó de jugar cuatro partidos en enero a jugar ocho. Ya había perdido a Patrick Roberts en los dieciseisavos contra el Alavés. Y contra el Madrid cayeron Borja García y Muniesa. El pasado domingo, el Girona jugó en Ipurua con ocho bajas en una plantilla de 22 jugadores. Porque el mercado de invierno fue absolutamente improductivo más allá del fichaje hasta final de temporada de Raúl Carnero. La única noticia positiva ha sido la renovación de Stuani hasta el año 2022.