La compraventa del Real Zaragoza, una operación cuya proximidad está tan cerca del deseo como de la realidad y que se libra a la luz pública con no demasiada transparencia, tiene al zaragocismo en vilo, angustiado, muy volcado hacia la figura de Javier Láinez y enemistado, en su mayoría, con la de Mariano Casasnovas. El exdirectivo y el empresario mantienen un pulso desigual frente al aficionado, que reconoce en el primero la gran oportunidad de un renacer de los valores deportivos y sociales del club y observa al segundo bajo la sospecha de sus encontronazos con Hacienda y el continuismo solapado de Agapito Iglesias. Si el asunto tuviera que decidirse por votación popular, Láinez aplastaría a Casasnovas, pero en este duelo, el control de las urnas pertenece al máximo accionista por propietario y por la inhóspita jungla de caprichos en la que enreda sus decisiones. La victoria será para quien él decida, y siempre perseguirá que ese triunfo le favorezca en lo económico a corto o largo plazo. Si no es así, podría arrastrar a la entidad a la liquidación sin ningún remordimiento.

Con todo a punto de cerrarse de forma inmediata, a falta de una firma o unos flecos, el tiempo transcurre inexorable y amenazador hacia unos pagos obligados antes del 30 de junio (de 7 a 9 millones de euros). De no concretarse ese desembolso, no habrá futuro. Unos son tan optimistas como los otros, y ambos aseguran tener los avales para hacerse con el control del club. En este cruce de caminos asfaltado de rosas y clavos ardiendo y de tumbas de otros aspirantes que fallecieron víctimas de las hipótesis más rocambolescas, el Real Zaragoza se eleva martirizado sobre una cruz. Casasnovas viste de Judas desorientado y Láinez pasea por el Mar de Galilea con la túnica de Khadir Sheikt, un inversor alemán de origen paquistaní que ha desatado la fe por Twitter, canción de Céline Dion incluida para el zaragocismo (A New Day Has Come).

La solvencia y el dinero contante y sonante son los dioses paganos de esta historia de enorme transfondo espiritual para la hinchada. Lo que importa ahora, desgraciadamente, es que la bolsa tenga las monedas suficientes ya sea su procedencia blanca o negra. No obstante, la irrupción de Nayim a favor de Sheikt y su compromiso con una persona que le transmite seriedad y confianza ha desnivelado la balanza del aficionado a favor de este proyecto siempre que esté en igualdad de condiciones que el de Casasnovas y el grupo de empresarios aragoneses. Ahora, debería ser determinante para que la clase política y financiera empatice con la candidatura promovida por Javier Láinez.

Porque Gigi, aun siendo utilizado como un arma publicitaria con su consentimiento, representa mucho más que el gol de la Recopa. El ídolo nunca ha superado la magnitud de la persona. Humilde, consecuente, conciliador, conocedor del club y zaragocista... Nayim es historia viva y verdad. Su primera exigencia a Sheikt ha sido premiar la lealtad de la afición con un ejercicio de absoluta transparencia. Y claro, el gol de Nayim, su palabra, vale el doble.