La resaca olímpica castiga con vehemencia a Río de Janeiro. Seis meses después de ser la sede de los primeros Juegos de la historia en Suramérica, la cidade maravilhosa flirtea con el colapso político, social y económico. El exgobernador Sergio Cabral y algunos de sus estrechos colaboradores están encarcelados acusados de corrupción. Y hace unos días la Justicia Electoral determinó la casación de su sucesor, Luiz Fernando Pezao, por abuso de poder económico al conceder contratos millonarios a empresas que financiaron su campaña electoral.

La deuda pública del Estado de Río asciende a los 31.736 millones de euros. Para evitar su quiebra, se está negociando un rescate con el Gobierno federal. La crisis explotó antes de los Juegos. En junio, a 49 días de la inauguración, el Gobierno regional decretó el estado de calamidad pública. No había liquidez para afrontar el pago de las facturas y los préstamos adquiridos para financiar la organización de los Juegos, que ascendieron a 5.122 millones de euros.

Desde finales del 2015, hay retraso en las nóminas de los funcionarios, entre los que hay los cuerpos policiales. Y, por supuesto, se ha agravado la crisis de seguridad pública. El narcotráfico ha recuperado posiciones en las favelas. En el 2016, se contabilizaron 5.033 homicidios en todo el estado, un 20% más que el año anterior. El pasado enero fueron asesinados 17 policías.

Con servicios públicos paralizados, huelgas que se suceden, malestar generalizado y tijeretazos que afectan incluso el pago a los pensionistas, diversos especialistas alertan de que Río está a un paso del caos social. El Comité Río 2016 reconoce que debe 58 millones de euros a 620 proveedores, que representan «solamente» el 2% de los 20.000 contratados. Promete que en marzo todo será liquidado. Pero su credibilidad anda por los suelos.

El paupérrimo estado de Maracaná, que acogió las ceremonias de inauguración y de clausura, es hoy el símbolo de la dejadez. El escenario vive abandonado a su suerte. La luz está cortada por impago. El césped, descuidado, es ahora amarillento. Incluso ha habido incursiones nocturnas de ladrones que sustrajeron piezas de valor histórico. La negligencia es generalizada. Los escombros y la basura se acumulan en el Parque Olímpico, que solo abre sus puertas parcialmente los fines de semana. Turistas y vecinos están atónitos. Y las diferentes instalaciones, que tendrían que ser centros de entrenamientos permanentes y escuelas, están valladas y sin previsión de apertura.

Hay casos disparatados como el velódromo. Tendría que acoger proyectos sociales, pero sus puertas están selladas y el aire acondicionado sigue a tope las 24 del día para que el parquet no quede maltrecho. El Parque Radical, que acogió varias competiciones, estaba destinado a ser un espacio de ocio de 500.000 metros cuadrados para los vecinos del barrio de Deodoro. El cambio de color en el Ayuntamiento ha provocado su cierre temporal.

Solo se salvan equipamientos que ya funcionaban con anterioridad. Es el caso del estadio del Botafogo, o las obras civiles como el metro, los corredores rápidos, el tranvía o el bulevar.