Faltaban diez minutos para la conclusión y La Romareda empezó a corear cada pase de los suyos con olés que helaban el alma. Lo hacían los pocos que quedaban en el campo porque muchos habían optado ya por llevarse a casa el calvario. Era el justo castigo de la grada al vergonzoso espectáculo que estaba presenciando. Ese equipo de ahí abajo no era el suyo, sino un grupo de extraños con el escudo del león en el pecho. El dolor es inmenso en un zaragocismo que no puede más y que no merece un maltrato como el que está sufriendo esta indigna temporada. El Zaragoza perdió ayer algo más que un partido. Desertó de su gente, a la que se debe. A la que tanto debe. Pero este equipo carece de alma y corazón. Con Idiakez o con Alcaraz. Tanto monta. El Zaragoza actual es una vergüenza.

De bochorno en bochorno, el conjunto aragonés ya no puede caer más bajo. La derrota de ayer ante el Granada le manda directo al abismo. A puestos de descenso a Segunda B. Justo el lugar que se merece una escuadra que acumula ocho jornadas sin ganar y que solo ha sido capaz de celebrar dos victorias en doce partidos. Una ruina.

El choque fue el enésimo ejercicio de incapacidad e impotencia de un equipo plagado de jugadores fuera de forma y al que el rombo le pesa como una cruz. Si el Zaragoza lo afrontaba en puestos de descenso a Segunda B, el Granada tenía la oportunidad de asaltar el liderato en caso de victoria. Y el miedo de unos y la ilusión de otros quedó patente en unos primeros compases marcados por la suficiencia del Granada y la inseguridad de un Zaragoza que era más de lo mismo. Mal con el balón y peor sin él. Un manojo de nervios en todo caso. Nada por aquí. Nada por allá.

No tardó el Granada en sacar provecho de su superioridad. Vadillo encontró un filón en Lasure y James, que siempre le permitieron probar desde fuera del área, una de las especialidades de la casa. El primer intento lo desvió Cristian. También el segundo, pero, en esta ocasión, el rechace quedó franco en la bota izquierda de Fede Vico, que, ante la incomprensible parsimonia de la retaguardia aragonesa, fusiló a Cristian y puso a La Romareda al borde de un ataque de nervios.Otra vez.

El tanto pareció despertar al Zaragoza de su sempiterno letargo. Pombo probó desde lejos y Grippo desde cerca, pero ambos intentos acabaron en los guantes de Rui Silva. El Granada ni se inmutó. Los de Diego Martínez seguían el guion a pies juntillas y, de la mano de un eléctrico Vadillo, convertían cada llegada a tres cuartos en una seria amenaza. En una de las suyas, el exjugador del Huesca burló desde la izquierda a Benito y a Grippo y se plantó ante Cristian, que evitó la sentencia con una mano prodigiosa. Ahí acabó el partido para el suizo, que se quedó clavado en el césped con una lesión con tan mala pinta como el Zaragoza.

El choque era una agonía para el equipo aragonés, zarandeado como un pelele por un Granada que campaba a sus anchas. El Zaragoza era un poema atrás, un desastre en el centro y un caos arriba. Entre suspiro y suspiro, La Romareda imaginaba un cambio radical que le animara a creer, pero no tardaría en asimilar que no había nada que hacer. Vadillo mandaba a la escuadra un lanzamiento de falta que daba matarile a un Zaragoza catastrófico. Indecente. Vergonzoso.

Lo peor, con todo, no era el resultado. Ni tan siquiera el baño al que estaba siendo sometido el equipo de Alcaraz. Lo peor era el semblante de los futbolistas blanquillos. Brazos abajo, miradas perdidas y ni un solo grito o mensaje de ánimo. Nadie creía porque no había nada en lo que creer. El desfile de almas en pena lo encabezaba Benito, que decidió quitarse de en medio. Lo hizo en cinco minutos, lo que tardó en ver dos amarillas. La primera por la falta a Pozo que dio origen al gol de Vadillo y la segunda por un leve agarrón innecesario. La Romareda cargó contra el exceso de celo del árbitro y eso calentó el partido y libró al equipo de una despedida atronadora al descanso que sí recibió Vicandi.

Así, con dos goles de desventaja y un jugador menos que el potente adversario, el Zaragoza hizo un amago de sacar el orgullo. Un par de lanzamientos de falta de Zapater, otro de James y unas cuantas acometidas inofensivas de Gual y Pombo. Pero era tan lento como pesado. Lo hacía tan mal como siempre, pero peor que nunca y el Granada se dedicó a gestionar una ventaja que jamás peligró. Y los minutos pasaban ante la desesperación del graderío, que cargó contra los suyos. A diestro y siniestro. No perdona el zaragocismo una deserción de tal calibre. Está harto de ignominias. Alerta roja. Ni raza en el juego. Ni nobleza ni valor. Nada.

REAL ZARAGOZA 0: Cristian, Benito, Grippo (Muñoz, m.28), Verdasca, Lasure, Eguaras, Zapater, James, Pombo, Buff (Delmás, m.46), Marc Gual (Soro, m.74).

GRANADA, 2: Rui Silva, Víctor Díaz, Germán, Martínez, Álex, Fede (Martín, m.68), Montoro, Fede Vico, Vadillo (Aguirre, m.63), Pozo, Rodri (Ramos, m.83)

Goles: 0-1,m. 15, Fede Vico. 0-2,m.37, Vadillo, de falta directa.

Árbitro: Vicandi Garrido (3), C. Vasco.

Tarjetas: Expulsó al zaragocista Benito por doble amarilla en el minuto 42. Amonestó a Cristian, San Emeterio y Montoro.

Incidencias: 19.100 espectadores. Se guardó un minuto de silencio por las muertes de Esquerdina, Totó y Gerardo Molina.