Grecia confirmó anoche la caída de los dioses, de las selecciones más laureadas de Europa, alguna de ellas del planeta, y subieron un peldaño más hacia el Olimpo, a cuyas laderas ni se habían acercado en la historia por la timidez de recursos. Los helenos se apuntaron al derribo de la tradición, de las grandes superpotencias de este deporte, y lo hicieron a su manera. Nada que ver con el fútbol de salón y ofensivo de la mayoría de los supervivientes, sino desde la cumbre de una roca que defienden como cíclopes, como Dellas, el central del Roma. El partido que hicieron contra la decadente Francia, observada desde la grada por un Platini que, por imagen y gesto desolado, recordaba a Napoleón a la hora del cierre de Waterloo, lo afrontaron sin embargo a favor del viento que agita en este torneo bello y revolucionario, un soplo de descaro que ha contagiado a los pequeños de atrevimiento y que ha matado de neumonía conservadora a los gigantes. Alemania, Italia, Inglaterra --tísica sin Rooney-- y Francia suman nueve Mundiales y seis Eurocopas. El vértigo a jugar al fútbol sin ataduras, la devoción enfermiza a la táctica, el peso de los años y el desprecio al talento o la ausencia de él han recibido un duro castigo.

El nuevo desorden mundial, en este caso continental, no se puede interpretar como un acontecimiento casual, como un fenómeno aislado. Es un contundente bofetada a las selecciones empalagadas de vedettismo, de más purpurina que sudor y compromiso. A excepción de Grecia, que ayer ganó por ser fiel a sus principios y dejarse llevar por la naturalidad frente al barroquismo de las trituradas estrellas galas, el resto de los aspirantes al título han entregado encuentros deliciosos, de otra época de sabor y color atacante. Holanda y la República Checa, hermosas cenicientas de las grandes citas, capitanean la defensa de un estilo, de una escuela, igual que los daneses y los suecos, proa de una nave amenazadora. Esta Eurocopa está premiando a los equipos trufados de lujosos mercenarios y viejos guerreros de vuelta de muchas batallas que, al escuchar el himno, se señalan el corazón en lugar del logotipo que los patrocina.