Hace poco menos de dos años, el Celta dejó al Zaragoza en la UVI con un descenso que se confirmaría sólo una semana después y con muchos aficionados esperando a los jugadores a las puertas de La Romareda. La historia ha dado un vuelco completo. Fue el conjunto zaragocista el que casi dio el definitivo empujón a los vigueses hacia el abismo, porque la sensación en Balaídos al final del choque es que la visita al Infierno es inevitable.

La cara de Gustavo López en la rueda de prensa era el mejor reflejo de esa tragedia. Tuvo que contenerse las lágrimas y habló de mala suerte, de lesiones, de injusticias arbitrales... Todo un cúmulo de circunstancias que está empujando a un equipo hacia Segunda en el año en que hizo historia jugando la Champions. Y eso resulta muy difícil de digerir en Vigo. Casi imposible.

Ayer, en el vestuario celtiña se protestó el posible penalti de Milito a Mostovoi y se recordó el del valencianista Sánchez a Jesuli. Después están las lesiones, las ausencias. Con la de última hora de Berizzo, Antic tenía nueve y en el partido se lesionaron José Ignacio y Giovanella. Ninguno de los dos parece que jugará la próxima final, como Cáceres, que será baja por sanción tras una expulsión ingenua y justa. Y se apelaba también a la mala suerte, al gol de Alvaro casi en el primer remate, a que si nos ha mirado un tuerto...

¿Y la afición? De uñas y consciente de la tragedia. Así, Jesuli tuvo problemas para abandonar Balaídos porque varios aficionados le recordaron el buen ambiente nocturno que hay en Vigo. Todo esto suena muy familiar a las puertas de un descenso que se ve pendiente de un milagro.