Francia es probablemente el país que más ha innovado en acciones tendentes a salvar vidas en las carreteras y travesías urbanas. Las rotondas y los dormilones --gendarmes muertos los llaman popularmente-- han llenado el mapa de carreteras de Francia. Lo mismo ocurre con la infinidad de separadores centrales que de repente diseccionan el pelotón en dos partes y exigen una atención permanente de los corredores. Innovaciones terribles para los ciclistas, que precisamente en los tramos finales de la etapa se topan con gran cantidad de obstáculos encadenados que hacen de éstos consumados actores de circo practicando un eslalom continuo. Ya no hay llegadores puros. Ahora el esprinter debe completar su formación con la habilidad suplementaria de zigzaguear al límite saltando el bordillo si fuera necesario. Lo curioso es que una prueba como el Tour, que cuida todo hasta el mínimo detalle, no busca emplazamientos de meta menos arriesgados eliminando llegadas como la de ayer en Reims con nueve rotondas. Ausente Kittel de la batalla final como consecuencia de los efectos del pavés, el alemán André Greipel aprovechó para alcanzar la victoria. No fue una etapa fácil. El agua sigue buscando víctimas mientras Contador y Valverde tratan de pasar lo más discretamente posible por esta arriesgada cohabitación a mil por hora que exigen las etapas llanas.