Desde que en su niñez Julio Viñuales subió el Moncayo, su flechazo con la nieve fue total. Fue en el techo de la provincia de Zaragoza donde la tocó por primera vez con ocho años. «Mi máxima ilusión era subir para tocar nieve», reconoce. La manera más fácil para disfrutar de ella para este socio de Montañeros de Aragón de 59 años ha sido practicar el esquí en los Pirineos, los Alpes y en las inmensidades del Ártico. El martes pasado contó en la sede del club zaragozano sus vivencias y sus aventuras con los esquís dentro del Círculo Polar Ártico.

Su primera gran experiencia fue en 1999 con una expedición al Polo Norte Magnético. «Fui con dos madrileños y un catalán. Partimos de Canadá, de Resolute Bay y estuvimos algo más de veinte días. El polo estaba en las Islas de la Reina Elizabeth, cerca de los 80 grados norte. Es un punto esquivo y se mueve muy rápidamente en dirección a Siberia. Tiene una velocidad de 55 kilómetros al año», dice Viñuales.

El recorrido con esquís de back country o de expedición era totalmente llano. «Es un híbrido entre el esquí de montaña y el nórdico. Se llanea porque se atraviesa un mar congelado con un espesor de hasta dos metros de hielo y el horizonte se confunde con el cielo. El problema es que se abran grietas que impidan avanzar. A veces las placas chocan entre sí y se crean unos bordes de presión de tres o cuatro metros de altura que es difícil superar. Las grietas aparecen de repente». Las temperaturas alcanzan los 30 bajo cero. «Si se añaden vientos de 80 kilómetros la sensación térmica es de 65 bajo cero», explica el aventurero.

Su segunda experiencia fue en Finlandia, una travesía desde Ivalo hasta Karigasniemi. Fue en el año 2002. «Son 200 kilómetros en varias etapas alojándonos en cabañas de madera. ¡Un auténtico lujo! Es el esquí nórdico por paisajes de ensueño en la Laponia finlandesa. Se atraviesan bosques y lagos helados. Los árboles son enanos porque la vegetación desaparece a los 200 metros de altitud. La huella está marcada previamente por una moto de nieve que llevaba nuestro peso».

El esquí de montaña lo practica casi todos los años en Noruega e Islandia. Es la tercera forma de acercarse a la nieve del aragonés. «Se esquía desde el nivel del mar. Esquiar con el mar de fondo no tiene precio. Son desniveles de hasta mil metros en una cadena montañosa de 1.500 kilómetros de norte a sur. El noruego lleva impreso en su ADN el esquí, que nació en ese país. Con nosotros siempre han sido muy amables», valora.

Ha disfrutado de sitios muy hermosos. «Los Alpes de Lyngen tienen hasta 1.800 metros de altura y es donde más gente va. Otro son las islas de Kvaloya, Senja y Lofoten. El centro es Tromso, que tiene 60.000 habitantes». Hace menos frío que a la misma latitud en Canadá. «Las corrientes del golfo llegan al norte de Noruega y condiciona todo el clima de Escandinavia». El material es el mismo que para practicar esquí de montaña en el Pirineo. «Al ser nieve polvo en Noruega, los patines son mucho más anchos que los que llevamos aquí para flotar mejor», indica. Es importante tener un gran conocimiento de la montaña invernal. «Hay que conocer la meteorología para prever el riesgo de aludes. Allí hay una información muy precisa», dice.

Quiere cerrar el círculo conociendo la Antártida. «La vida sin sueños carece de sentido. El 2022 espero ir si encuentro modo y financiación, pero es carísimo. Quiero poner un ramo de flores en la tumba del explorador polar Ernest Shackleton en las islas Georgia del Sur».