Tras 23 días, la Eurocopa acabará como empezó: con un Portugal-Grecia. Los dos equipos que abrieron el torneo lo cerrarán protagonizando una final histórica de debutantes. Dos países que en muchos conceptos andan en el furgón de cola en Europa, rivales ambos de España en el grupo A, han pasado por encima de todos los favoritos, de todas las potencias, para disfrutar, ganen o pierdan, de la cita del domingo.

Traianos Dellas, el central de 28 años que milita en el Roma es, desde anoche y para todos los tiempos, un nuevo dios griego, junto al alemán Otto Rehhagel. "El cuento de hadas continúa. Pase lo que pase el domingo somos los triunfadores de la Eurocopa", dijo el entrenador que ha conducido al fútbol heleno hasta una altura que jamás había soñado. El objetivo del equipo, cuando aterrizó el 6 de junio en Vila de Conde, seis días antes de la jornada inaugural, era conseguir su primera victoria en una fase final. La consiguieron a costa de Portugal, y a partir de entonces edificaron una epopeya inolvidable que todavía no se ha detenido. Dellas marcó el gol en el minuto 105, cuando el reloj del marcador señalaba el final del primer tiempo de la prórroga.

La grandeza y la miseria del fútbol coincidieron en el mismo instante. Un gol de oro impidió a la República Checa ganar la Eurocopa de 1996 y un gol de plata le barró el paso a la final para conquistar lo que creía suyo. Terminó la aventura de Poborsky --no podrá cumplir su partido número 100 en el estadio da Luz--, de Nedved, que se retiró lesionado, y Smicer, los tres supervivientes de hace ocho años. La de Milan Baros, aunque tal vez pueda conservar el premio de mejor goleador que aún ostenta.

Grecia ha dejado huella por el largo e imprevisible recorrido que ha tenido en el torneo, por el arte de la triquiñuela y por su extraordinaria capacidad de desquiciar al rival, pero no por la calidad de su fútbol. Las ganas, la voluntad y el tesón fueron las armas de su rudimentario juego que hicieron posible que se repitiera un ciclo que se produce cada ocho años. Igual que en 1988 y 1996, la final repetirá el duelo inaugural.

Grecia logró un hito histórico. Se las verá con Portugal, que ayer contempló desde la concentración la clasificación helena. "Si queremos ser los mejores, tenemos que ganar a los mejores", afirmó Luis Figo. El extremo quiso así ahuyentar el temor a un enfrentamiento con Grecia tras el fiasco de la jornada inaugural. Ese ejercicio también lo intentó José Manuel Durao Barroso, el flamante presidente de la Comisión Europea, al comentar que la selección no pierde desde que luce una corbata roja y verde, los colores de la bandera. El político luso, que es uno de los habituales espectadores de los encuentros de la selección local, bromeó ayer con este hecho, en torno a las supersticiones que rodean a los portugueses: "Sólo perdimos un partido y no llevaba la corbata, así que debió ser culpa mía". Sobre las posibilidades del equipo en la final del domingo, Durao Barroso manifestó: "Nuestro límite es el cielo".

Pero la historia se escribe en la tierra a través de tipos como Figo y como Maniche, que ayer recibieron la primera prima: una empresa de carburante les regala 5.000 euros en gasolina. También la escribe Scolari, un entrenador brasileño de 55 años convertido ya en un personaje clave del fútbol portugués y que ha renovado hasta el 2006, hasta después de la cita mundialista en Alemania.

"La sensación que tengo en esta final es más fuerte que la que sentí con Brasil en el Mundial 2002. Esta es la primera que jugará Portugal, y Brasil ya era tetracampeón", explicó Scolari, que está a 90 minutos (o 120) de ser el primer técnico que logra ser campeón mundial y europeo consecutivamente. Si Grecia lo permite.