Cristian Álvarez, según ha reconocido en diferentes ocasiones, es una persona normal, y por lo tanto un mar de dudas, de constantes renacimientos sobre preguntas que fluyen del incesante arroyo de su curiosidad por saber, por saberse. Vivió las tentaciones de un joven con fama y dinero y se dejó seducir, pero retrocedió sobre sus pasos hasta la escuela que abandonó en su Rosario natal cuando tenía 15 años. En ese viaje reconstructivo visitó otros paisajes de la naturaleza por el que es muy difícil hallar la huella de un deportista de élite. Y con el dinero, cuenta, compró tiempo que luego pierde a su antojo. Sin descuidar la esencia del tango y del blues que estremecen el melancólico espíritu de rockero que viste su piel de tatuajes, entre ellos la del poeta Jim Morrison y el símbolo de sus adorados Stones, leyó a Herman Hesse y volvió a reír; se sintió identificado con la mirada extraterrerestre de John Steinbeck y se recreó en la loca lucidez de Charles Bukowski. Inseguro y descreído, tenaz cazador de la satisfacción absoluta como paraíso casi utópico, se inspira en Borges. "El mayor pecado que puede cometer un hombre es el de no ser feliz". Quiso escribir y lo hizo al rellenar un cuaderno que rompió con ira. Hoy lo echa de menos como herencia del pasado.

El arte, el cine, la música, el teatro... Entre libro y libro el fútbol también, porque en su profesión de arquero, a la que llegó porque no le gustaba correr de delantero en su infancia, encuentra el escenario para representar sin estridencias ni ánimo de notoriedad pública su seña diferencial, tanto humana como profesional. Distinto como sus admirados Che Guevara y Marx, con los que comparte sueños con los pies en la tierra. Común como un obrero que se reconoce privilegiado. Alguien que piensa que "una derrota futbolística, por ejemplo, nunca tendrá la importancia de una derrota sentimental" es un tipo bastante cuerdo. Si ustedes conocieron a algun portero que lo estuviera ciertamente.

De hecho Álvarez se desposee de cualquier razón. Opina sin imponer y cree como John Fante y su alter ego Arturo Bandini que el miedo es motor de valientes y de cobardes. "Este tipo dice: 'Sí, vale, estoy cagado de miedo, y qué. Me río de eso, de mis vergüenzas, de mis cosas". Viste diferente, juega otro partido emocional desde su solitario faro del fin del mundo. Para el Real Zaragoza es una bendición que el argentino decidiese volver (sentir que es un soplo la vida) a la actividad para quedarse hasta el 2020 (el domingo se ampliará su contrato por dos temporadas más). Con sus dudas, sus páginas en blanco y sus miedos, el sábado desnudó por completo y en todo su esplendor su categoría en la parada que no fue. En la no intervención que permitió al equipo de Natxo González conducir el partido hacia la victoria mucho antes de que el guardameta siguiera con el repertorio de espectaculares malabarismos que han inoculado confianza y seguridad a sus compañeros y más de una docena de puntos al equipo.

Esta, señores, fue la historia. Álvaro Vázquez ganó la espalda a Grippo con Benito dando legalidad a la posición del delantero. Corrió el punta con el gol en la pupila y metros para elegir la forma de embocar y el estilo de la celebración. Entonces Cristian comenzó a salir sin urgencias en busca de su duelista. En un instante determinado, cortocircuitó el desafío con un paso atrás y un frenazo. Detuvo el tiempo en un falso trance de vacilación, hincó la rodilla y estiró los brazos con cierta desgana. Como si, dentro de una burbuja de espiritualidad budista, le diera igual que el mundo se inmovilizara o que el balón entrara. Vázquez no entendió nada y el tobillo se le hizo un nudo en el golpeo frente a esa figura imperturbable. ¿Qué vio el goleador del Nástic para sufrir semejante parálisis? ¿A BB. King, a Muddy Waters, a Gardel...? ¿Quizá a Jim Morrison con el Manifiesto Comunista bajo el brazo? Posiblemente solo a un hombre corriente trajeado de amarillo, tan firme como cagado de miedo. A aquel muchacho un poco vago para correr cuyo fichaje del Tiro Federal a Rosario Central, con Argentina congelada económicamente por el corralito, se tasó en el valor de la gasolina. En el manicomio de la vida, resulta un lujo contar con un lobo estepario.

* Fuentes de documentación: El País, Marca, Público, Matagigantes.net