Dramática fue la despedida de Chile el sábado y dramática fue la de México, una en la tanda de penaltis y la otra en una remontada sufrida en los últimos ocho minutos de partido. Desde el punto de vista de los ganadores, mucho más honrosa y meritoria resultó la clasificación por los pelos de Holanda ayer, con el juego que había racaneado medio partido, con el acierto que nunca había tenido, que la de Brasil, que todavía reza y llora por lo cerca que vio la condena de ser el convidado de piedra en su Mundial.

Más reactiva que activa, traicionando a sus principios, los naranjas recuperaron el color con dos jugadas a balón parado: una segunda jugada de córner y un penalti que se sacó Robben de la manga. Demasiado complicado para el meta Ochoa, que fue elegido el mejor del partido. Se lo mereció más Cillesen: tuvo que parar más el holandés, que sostuvo al equipo en el primer tiempo, frustando el pase de México a cuartos.

En el intercambio de fallos que tiene el fútbol, Holanda y México empataron. El árbitro deshizo la igualada en el tramo decisivo. Cuando se habían añadido seis minutos al tiempo reglamentario tras el parón para refrescarse de los jugadores (la FIFA ya no sabe precisar qué minuto es, en realidad), el portugués Proença vio un penalti de Márquez --amarga despedida del capitán, jerárquico hasta entonces-- a Robben que no había visto en el primer tiempo, con 0-0. Huntelaar lo transformó y a México solo le quedó la opción de tirar algún balonazo a la olla, sin tiempo ni recursos para organizar una estrategia de ataque. En realidad, los recursos los había eliminado el propio Miguel Herrera, en la tan común gestión que hacen los entrenadores para defender una victoria. El técnico retiró a Giovanni por un centrocampista y luego a Peralta. Los echó de menos.