Hay pocas cosas de mayor dificultad que condensar en una frase aparentemente simple un concepto complejo. Eduardo Galeano tenía ese don cuando hablaba de fútbol. De unas gradas desiertas escribió esto: «No hay nada menos vacío que un estadio vacío». La frase tiene la sencilla profundidad del autor y esa capacidad tan inusual para concentrar en pocas palabras mucho significado. Este sábado, La Romareda lucirá como en los mejores tiempos, llena o prácticamente llena de entusiastas de uno y otro equipo que darán al derbi aragonés el maravilloso color que el fútbol tiene con los aficionados y que pierde por completo sin ellos.

El fútbol es de los futbolistas pero extravía todo su alma sin los seguidores. En un momento en el que este deporte flirtea en exceso con el negocio y se alejado del sentimiento de la grada; en un momento en el que importan más la globalización del producto, la universalización de las Ligas, las audiencias de televisión y los horarios para el sofá de casa, de aquí o de China, la masiva peregrinación de aficionados de este sábado desde todos los rincones de Zaragoza y desde Huesca hacia La Romareda recuperará la esencia del fútbol de siempre, esa magia que solo desprenden los estadios abarrotados de público, de pasión y frenesí.

Desde el partido de ida por el ascenso ante Las Palmas, el Zaragoza no había vivido un fenómeno como el de esta semana, con una gran respuesta de su masa social en la compra de entradas. El Huesca ha despachado también 1.700 para esta fiesta del deporte en la comunidad. La liturgia del fútbol de siempre, con el horizonte en el sábado, el día del viaje religioso al estadio, ahora vacío. Para llenarlo de vida. La vida que le dan las aficiones.