Zola dio la vuelta al césped de Stamford Bridge mientras en los videomarcadores se veían sus mejores momentos de siete temporadas en el Chelsea (1996-2003) que le sirvieron para entrar en la leyenda azul. Mientras, por megafonía sonaba My way y toda la grada ovacionaba a su ídolo. Es decir, un homenaje de verdad. Lleno de la pasión y del sentimiento que tienen los ingleses por el fútbol, una cultura muy distinta a la española, con más devoción hacia los jugadores, pero a distancia sideral en todo caso de los escasos reconocimientos que ha hecho el Real Zaragoza, con el de Aguado --trece temporadas de zaragocista-- como reciente y dolorso ejemplo.

"Ha sido un día precioso, siempre llevaré al Chelsea en mi corazón", dijo Zola justo al terminar el choque, en el que jugó 25 minutos a gran nivel, ya que aún le queda mucho fútbol en sus botas y lo demuestra en el Cagliari. No sólo se emocionó él, cualquier espectador anónimo, desde una mirada objetiva, lo hubiera hecho. Seguro.

Porque el partido se convirtió en un continuo reconocimiento al jugador italiano, cuya camiseta era la protagonista en la vestimenta de los aficionados. Con el estadio casi abarrotado y con los dos equipos flanqueándole, salió bajó una ovación atronadora, con 40.000 espectadores puestos en pie aclamando al fue su santo y seña, y apenas le llegó la emoción para saludar mientras recibía una gran placa de recuerdo.

Directo al corazón

No acabó ahí el homenaje. Zola fue protagonista en el descanso --salieron al césped compañeros suyos como Poyet, Petrescu y Hitchcok--, hubo imágenes en el videomarcador y nadie dejó de aclamarle. Todo un espectáculo, incrementado cuando salió a calentar y alcanzando el éxtasis cuando Drogba, que apunta a sustituirle como leyenda, le dio su puesto. Cada acción suya fue jaleada por la grada y hasta intentó marcar un gol de falta que Luis García despejó --logró 80 dianas en 312 partidos--. Hubiera sido el adiós perfecto, pero el que tuvo se acercó mucho al que cualquier jugador, incluidos los zaragocistas, desearía.

Es cierto que en la forma de entender el fútbol de los ingleses está parte de la explicación de tan maravilloso homenaje. De una cultura que vive este deporte como un ritual, en el que los colores del equipo son casi una obligación para el aficionado, como también saborear un pintas en los aledaños del estadio y profesar auténtica devoción por todo lo que implique su equipo, ni qué decir por sus leyendas, como es Zola en el Chelsea. Así, sus seguidores, que tuvieron conocimiento el martes de que el rival del amistoso era el Zaragoza, se desplazaron en masa para despedirle. Y el adiós fue directo al corazón del homenajeado.