Esto es un martirio constante. El Zaragoza está empeñado en propinar un bofetón tras otro sin atisbo de parar ni de una mínima tregua que dé un minúsculo hilo de esperanza al que agarrarse para tratar de levantar la cabeza. El equipo es casi un cadáver en el apartado anímico y en el futbolístico y, de momento, nadie lo para.

La afición ya no sabe ni qué hacer. No es la de antaño (muy antaño) que pitaba a los jugadores si se iba ganando solo por tres goles. Quizá hasta era exagerado. Los tiempos han cambiado y ahora está anestesiada, bloqueada, desesperada y empezando a sentir el calor que emite el infierno. La broma empieza a ser demasiado pesada y desagradable, porque el descenso es un peligro real y cercano. Son 16 jornadas, no cuatro, y asusta mucho, sobre todo por el discurrir paupérrimo de las jornadas con más palabras bonitas que hechos. Una victoria en doce partidos y contra el colista. Así de triste. «Ya saldremos, que tenemos equipo». Recuerden el 2008.

Los seguidores son el mejor patrimonio de cualquier club y los del Real Zaragoza son espectaculares. Los adjetivos positivos hace días que están agotados, incluso cuando el equipo está en caída libre. No hay manera de activar el paracaídas y esa desesperación está derivando en exasperación. Cuesta que se cabreen de verdad, porque el zaragocista conoce la historia, el presente y es soberano y noble, pero toda paciencia tiene un límite, sobre todo cuando el corazón dice que basta ya de seguir perdiendo y basta ya de que una ilusión por subir a Primera se acabe convirtiendo en un sopapo avergonzante.

Se enfadó la grada con Lucas Alcaraz por su gestión de los cambios. No sentó bien que quitase a Igbekeme ni a Pombo, dos jugadores diferentes y con un poco de chispa. La crispación aumentó a medida que el Zaragoza hacia un fútbol raquítico. Volvieron los olés, la sorna y la ironía propias del hartazgo. El primer Lucas vete ya ha caído a las seis jornadas. Muy tempranero, como se dice con el Gordo de la Navidad. Después del partido hubo reproches para los jugadores en la puerta de los vestuarios y Pombo, que sabe como pocos que esta situación descorazona a cualquiera que sienta mínimamente el azul, el blanco y el león, ejerció de líder para tratar de calmar a la gente.

De espanto

Dentro del campo los resultados mandan, pero no es lo único a lo que atender. Ahora mismo solo cuenta ganar para salir de abajo y ya habrá tiempo para mejorar el juego, pero tampoco hay que pasarlo por alto. Ni con Idiakez ni con Alcaraz se está practicando un fútbol potable. El de ayer fue de salón de los horrores un día más.

En el Zaragoza pareció que cada jugador iba a hacer la guerra por su cuenta. Los atacantes abusaron del recorte y la conducción excesiva sin llevar a ninguna parte. En el centro del campo, Eguaras está demasiado cauteloso y no tiene esas ansías de balón de sus mejores tardes. El Real Zaragoza le necesita, aunque falle. Dos pases suyos originaron, quizá, las dos únicas acciones trenzadas del equipo con peligro.

Por lo demás, los once del campo apenas hilvanaron y combinaron. El número de balones largos de los centrales fue exagerado y sin criterio; apenas hay jugadores que se ofrecen en las malas, que es cuando deben aparecer más referentes y líderes sin mirar a otro lado.

Ante el nulo juego, al Zaragoza le quedó el recurso del duelo ante el Mallorca, que fue volver loco el choque a ver si la moneda caía de cara. Pudo marcar cualquiera, aunque especialmente el Cádiz. A trompicones y con poca cordura, como en todo el partido, trató el equipo aragonés de empatar. Pero nada. Cero puntos y hartazgo general. Un déjà vu, porque el círculo empieza a ser interminable. O no, porque nunca se ha visto el Zaragoza en una así, con el descenso a Segunda B acechando tanto.