El Huesca lleva tiempo jugando con el alma, que en otro equipo estaría condenada hace tiempo a la desesperanza, a quemarse frente a la mayúscula empresa de remontar desde el más abismal de los infiernos. Una mala confección inicial de la plantilla; un entrenador elegido sin demasiado criterio; una batería de lesionados que han pasado por el quirófano y la enfermería hasta dejar la línea defensiva sin apenas soldados... Se reconstruyó siguiendo la dirección contraria, posiblemente pensando en armar un buen bloque para afrontar un nuevo regreso a la élite: se reforzó en posiciones capitales y contrató un técnico prudente y ambicioso, doctorado en estrategia. Aun así, con la mejora táctica, algunas victorias ilusionantes y ese perfil permanente de equipo que compite cada jornada, la losa era demasiado pesada. Otro hubiera tirado la toalla, pero el conjunto altoaragonés ha aguantado en el rincón, en pie, recibiendo todo tipo de golpes, unos por su inexperiencia y otros por el oficio de sus rivales. Ese espíritu de resistencia, de púgil que contempla cada asalto como una oportunidad y no como un martirio, le ha conducido a una situación impensable: tras derrotar al Sevilla en el minuto 97 con un gol de Chimy, ve la salvación como un objetivo real. Las derrotas de su antecesores, Rayo, Valladolid y Villarreal han colaborado a situarle frente a un sueño por el que continuar peleando. Esta vez muy en serio y sin desviarse de la realidad. A los puntos, todavía, pierde el combate.

La visita del Sevilla no le asustó en ningún momento. Esa es una de las claves. Pase quien pase por delante suyo, los partidos los comienza de cero, sin mirar la clasificación ni la altura del rival. No tuvo la posesión del balón y se apretó en defensa más que nunca, con un solo delantero, Enric Gallego. Luego, llevó el encuentro a su terreno, al de la agitación ofensiva consistente en sacar petróleo de sus ocasiones. El equipo de Machín no entendió nada, con Banega borrado del universo, durante un periodo en el que Juanpi marcó un gol y tuvo el segundo, en el mismo espacio que Miramón evitó el empate con dos intervenciones consecutivas bajo el larguero. El Huesca sabe sufrir y hace sufrir. Lleva los partidos a un escenario de permanente incomodidad, de cesión del control ficticio hasta que, por desgaste, se limita a aguantar el chaparrón. Resultan inevitables la angustia, el susto, las manos sanadoras de Santamaría y una complicidad colectiva que le permite, como esta vez, sumar los tres puntos en contra de todo el mundo; también del VAR. Trabaja cada uno de sus futbolistas con rigor ajedrecístico, sin complejos de inferioridad aunque por momentos, es lógico, le sacudan las dudas. Solo por aplastamiento empató el Sevilla, de penalti lanzado por Ben Yedder, favorecido por una decisión tecnológica del VAR que seguirá cuestionándose durante un tiempo: ¿vino precedida la pena máxima de Herrera sobre Mercado de un fuera de juego? Cuatro minutos tardaron en decidirse los supertacañones, lo que invita a que pensar que los jueces se decantaron tras jugar a pares o nones. De espaldas de la máquina.

De ese tipo de bofetadas no se levanta cualquiera, tampoco era previsible que lo pudiera hacer un Huesca empeñado en exclusiva en tapar huecos, desentendido del balón y refugiado en los últimos 30 metros de su campo con diez defensas. Con Ferreiro, enorme y polivalente profesional, de lateral derecho por lesión de Miramón; con Pulido agigantado de central y, de repente, asumiendo un papel de asistente cuando caía el telón: pase para Chimy y victoria por la escuadra, sin más tiempo que para celebrar el triunfo y la proximidad de una salvación que tiene que ver con el alma, con la creencia de que hay vida más allá de la muerte. Apretando la mandíbula así su protector bucal vuele por los aires; así le castiguen el hígado y el riñón o las cejas se le abran de par en par y vea borroso. Ni a tiros le van a quitar la ilusión que se ha ganado por no perderla ni cuando se había decretado el luto por el descenso. Se ha puesto a borrar su nombre de la lápida aun dejándose la vida.