Por muy optimista que se quiera ser, la salvación del Huesca puede darse por perdida. Fue bonito o al menos apasionante mientras duró esta lucha agónica, pero el empate en Vallecas, resultado que podría agravarse aún más si Levante y Villarreal sacan algún botín en sus compromisos dominicales, supone el golpe de gracia para el conjunto oscense. Con 15 puntos en juego, tendría que sumar casi el total para aspirar a la permanencia. Es decir, la tacada perfecta: conseguir el mismo número de victorias que ha logrado en las 32 jornadas anteriores. Éibar, Villarreal, Valencia, Betis y Leganés le esperan. El fútbol permite algún milagro de vez en cuando. Esto va más allá de intervenciones divinas. Además, el equipo de Francisco va perdiendo la fe y se le nota. Contra el Rayo, otro a quien el 0-0 le abre las puertas de Segunda de par en par, careció de fútbol y de la intensidad ofensiva que exigía este encuentro. La cuarta igualada consecutiva y la segunda sin goles se produjo en un partido sin pies ni cabeza, con el Huesca encogido hasta que su técnico juntó arriba a Gallego, Chimy, Cucho y Ferreiro para evitar el réquiem. Hubo alguna ocasión suelta en esa avalancha demencial, pero producto de la histeria de unos y otros, de un plan gestado en la desesperación, para nada en la pizarra.

El Rayo puso más coraje y probó a Santamaría con disparos comprometidos. Un poste impidó el gol de Pozo y el VAR, con buen ojo, anuló un tanto a De Tomás por fuera de juego previo de Embarba. No fueron los madrileños la quintaesencia de nada (si acaso De Tomás, que va por libre), aunque encendieron al menos la chispa de una traca mojada. El Huesca asistió al paso del tiempo, con Melero de mediapunta y muy bajo de forma, sin conexión alguna para construir argumentos ofensivos. Luego le vinieron las prisas, demasiado tarde. No es que no quiera, sino que sencillamente no puede. Desde aquel par de triunfos contra Valladolid y Girona que zarandearon su ilusión y la de su gente a principios de febrero, solo ha ganado al Sevilla. Siete puntos de los últimos 24 viniendo desde el abismo de la clasificación. Un desgaste exagerado pese a que lo haya intentado compitiendo como si nada ocurriera, con emoción y vehemencia. En Vallecas se vio cómo le ha pasado factura todo, el desgaste físico y mental. Por supuesto la profunda brecha que se abrió en la primera vuelta, causa de un epílogo suicida con escasas opciones de éxito pese al empeño y al buen trabajo realizados.

El choque anunciaba mucho más. Cuando la necesidad aprieta de esta forma, se da por seguro un pulso sin tregua, sin mediar miedos ni momentos para contemporizar. El Huesca, no obstante, estuvo bajo el paraguas mientras el Rayo apuntaba a Santamaría sin excesiva puntería, víctima también de un cierto arrugamiento. Ambos pensaron demasiado que perder era peligroso, y perdieron a lo grande con el empate. Más aún el conjunto de FRancisco, que ha dejado de ser un milagro: el camino de la resurrección le ha terminado matando.