Se dio un homenaje en las dos primeras jornadas, jugando con descaro y sin tensión en su alegre papel de debutante en Primera, y en los tres partidos siguientes, dos de ellos en El Alcoraz, el Huesca ha aterrizado en una categoría que empieza a pesarle. Después de la derrota contra el Rayo, donde los oscenses asumieron la condición casera para llevar las riendas con poco fuste ofensivo, Leo Franco le dio la vuelta al calcetín por completo. Un solo delantero, el Cucho Hernández, y centrocampistas a granel para controlarlo todo con paciencia y rigor. El plan tenía cierta lógica y funcionó frente a una Real Sociedad incómoda que solo progresaba algo por las bandas de Theo Hernánderz y Zaldua. Militarizado el encuentro por ambos bandos, sin margen para la expresión individual, con Gallar, Ferreiro y Moi Gómez asumiendo trabajos forzados, el equipo de Leo Franco apretó el cinturón de hierro a costa de quedarse sin apenas pujanza arriba. Los donostiarras tampoco visitaron a Werner ni por cortesía. La cuestión de todos fue, al menos en la primera mitad, echar el cerrojo y esperar con paciencia un error, una acción a balón parado, que lloviera café en el campo.

El encuentro, solo con apariciones esporádicas de Melero para adornar lo imposible, se afeó al máximo. La complejidad de avanzar en un atasco monumental fue en aumento y el juego se redujo a la mínima expresión, con el Huesca claramente despersonalizado por el bien común, por el hallazgo de una fórmula que endureciera su perfil de novato. Por momentos lo consiguió hasta que Gallar perdió un balón en zona de lateral derecho ante la presión de Theo Hernández. Ese fallo propició un pase para Mikel Merino, quien sin marcaje alguno y con Pulido llegando tarde al corte, marcó a placer el gol de los vascos. Todo pendía de un hilo y se rompió del ladoo del más inexperto, un conjunto oscense que había dado la talla muy lejos de su, para bien o para mal, genética de bloque alegre y desenfadado. El golpe multiplicó las dudas de los jugadores, que se habían sentido arropados por el escudo de su entrenador, y pusieron a Leo Franco contra las cuerdas, en ese contexto en el que un técnico debe aperecer de verdad. Cuando la pizarra se le borra.

La Real se quedó con diez por una doble amarilla a Juanmi. Leo Franco fue metiendo gente de ataque como si no hubiera un mañana. Quitó a Luisino y a Pulido, dos defensas, e incluyó a Longo, Chimy y Gürler. Hubo en esa toma de decisiones a la carrera algo de simpleza puesto que amontó a Gürler, Chimy, Gallar, Cucho, Longo, Ferreiro y hasta Semedo, que se sumó como ariete en plena desbandada, en un arrebato de improvisación, de remedio elemental pero terrible. Theo Hernández allanó aún más el camino al Huesca con una bofetada a Musto que le supuso la roja y a los guipuzcoanos quedarse con nueve. Se había pasado del encorsetamiento total al desmadre, con balones sobrevolando la cabeza de Rulli, uno de ellos con destino al poste. El Huesca más conservador y aburrido no pudo imponer por completo su estrategia ni su superioridad numérica. Se ha hecho vulnerable, se ha encogido. Le espera un futuro para reencontrarse o para encontrarse. Desde luego no para un día salir con traje y al siguiente con escafandra.