El Huesca, pendiente del cierre de la plantilla en posiciones tan fundamentales como el eje defensivo, acudió al estadio de Gran Canaria con el freno de mano echado y no lo levantó en ningún momento. Su prudencia rozó lo excesivo, congelado atrás y con un centro del campo invisible salvo por las rabietas de Ferreiro, incansable aguador. De Raba y Juan Carlos se supo cuando fueron relevados por Gallar y Sergio Gómez, y Mikel Rico se posicionó por delante de la medular para presionar y sorprender y corrió kilómetros sin sustancia alguna. Solo Mosquera y su oficio mantuvieron el tipo en la zona donde florecen los pozos de petróleo en el conjunto de Míchel. No tuvo que esforzarse más ni necesito de un fútbol brillante para deshacerse de un rival sin capacidad para competir por problemas salariales para inscribir jugadores. El Las Palmas fue un correcaminos en busca de Fredi, un adolescente atrevido pero muy tierno aún a sus 16 años, y del eterno Rubén Castro, que paseo sus 38 años por el campo sin nada que decir.

Lo poco que propuso la escuadra de Pepe Mel lo resolvió por sí sola la defensa con una actuación notable. Hermoso se cargó con una amarilla demasiado pronto pero supo gestionar sus intervenciones para aguantar el tipo como un veterano, apadrinado, eso sí, por un Pulido señorial toda la noche. Con Luisinho y Miguelón sin fisuras y mucho poso para sumarse lo más arriba posible, Álvaro vio crecer la hierba como mayor entretenimiento porque a su portería no llamó nadie. Esa solvencia en labores de seguridad permitió al Huesca vencer sin necesidad de gastar neumáticos ni combustible, refugiándose en una conducta plana, sin creatividad ni más apuesta ofensiva que un Escriche capaz de pegarse en solitario con quien sea necesario. En una de esas luchas libres con Mantovani, abrió una autopista para Gallar que el mediapunta resolvió con velocidad y precisión en el remate final. Una llegada clara y un gol. Y el partido bajó la persiana.

El encuentro resultó muy indigesto para los cazadores de talentos y genialidades. El Huesca, aun sin pelota en muchos episodios y con cierta morosidad en tres cuartos, imprimió un sello de equipo superior. Lo hizo en los detalles y, sobre todo, animado por un adversario desinflado pese a sus entusiastas arreones de local. Un toque de más calidad, aunque con cuentagotas, le puso en esa situación de decidir ganar cuando te venga en gana. Sin altivez, con mucho trabajo y orden, los oscenses marcaron el tanto que necesitaban y conservaron la calma. Solo levantaron el freno de mano para volver al vestuario al final del partido. Su madurez fue suficiente para saber qué hacer en todo momento, sesteando en el centro del campo o utilizando balas de fogueo arriba. Todo aburrido pero muy profesional. Quizás era imprescindible evitar riesgos y esperar a que sonara la flauta. Si tienes un músico como Gallar sin la orquesta al completo, un solo toque de trompeta sabe a gloria.