El Huesca consiguió asaltar la cima del fútbol español gracias a una gestión que comenzó en el verano de 2006. Por aquel entonces era un equipo que evitó el descenso a Tercera tras una eliminatoria ante el Castillo FC. Doce años después, el club aragonés es equipo de Primera División. Este ascenso meteórico no es fruto de la casualidad, sino que es producto de una gestión loable, eficaz y con una alta capacidad de adaptación. El modelo del Huesca se ha caracterizado por tener mucha imaginación. Se trata de un club que, pese a no tener unos recursos económicos suficientes para equipararse con la mayoría de entidades, consigue emplear sus recursos para crear equipos altamente competitivos.

Desde que el Huesca regresó a la Segunda División, hace cuatro temporadas, ha estado sumergido en una permanente línea ascendente. Pasó de pelear por la permanencia a clasificarse para una promoción de ascenso. Todo ello mediante la misma filosofía de brega y lucha. Aquella promoción de ascenso ante el Getafe demostró que el club altoaragonés podía dar más. Que aquellas palabras de Petón hace diez años donde suspiraba por un Huesca de Primera no eran una simple llamada a la fantasía. Se hizo real.

De la intensidad a la pizarra

La marcha de Juan Antonio Anquela dejó un vacío en el banquillo oscense. El andaluz marcó unas pautas de trabajo mediante su actitud temperamental y ese fervor que insuflaba a sus futbolistas. Su sustituto fue un veterano técnico de Vilasar de Mar. Un sabio de la táctica y un apasionado del mimo al esférico. El Huesca ha combinado la garra de Anquela con el refinado gusto por el buen juego de Rubi. Una mezcla explosiva, salvaje en algunas fases, que les ha llevado a lo más alto. Esta puesta en escena no se podría entender sin las aptitudes de sus futbolistas. Los artífices.

Una de las señas de identidad de este proyecto es la capacidad para retener figuras. Este año siguieron Melero, Aguilera o Ferreiro. La continuidad de una serie de jugadores fortalecieron una estructura que resultó esencial para competir a un alto nivel. Pero no todo fue estabilidad, ya que Emilio Vega tuvo que acometer nueve incorporaciones en verano, una labor que requería de un acierto casi milimétrico ante los escasos recursos económicos de los que disponía el Huesca, el 17º presupuesto de Segunda. La más sonora fue la de Álex Gallar, el hasta ahora fichaje más caro de la historia de la entidad azulgrana. Esta incorporación llegó para suplir la marcha de Samu Sáiz al Leeds United. Una venta que dejó cerca de 1,5 millones en las arcas oscenses. De esta cantidad se invirtieron 400.000 euros en Gallar, chico que deslumbró en Segunda B con la Cultural y que ha culminado un tramo final de Liga majestuoso.

El Huesca tenía la necesidad de incorporar delanteros. Su presupuesto no les permitía optar a la bolsa de delanteros cotizados en la categoría, así que asumieron el riesgo de abrirse a otros mercados. El Cucho y el Chimy ocuparon las dos plazas de extracomunitarios. Juan Camilo llegó desde el América de Cali, con 18 años, y ha demostrado ser una joya de techo desconocido. Luis Ezequiel Ávila vino desde San Lorenzo, fruto del convenio del Huesca con el club argentino. Fueron dos apuestas que han terminado siendo un éxito, una muestra de lo que es el modelo azulgrana. Un equipo capaz de mejorar con sus recursos y que ahora deberá de usar su imaginación para seguir creciendo en Primera.