Nunca llegó el Huesca al partido. Lo hizo al final, tarde y mal, con barullos y constantes pelotas colgadas al área en una misión imposible, superar por centímetros a un rival que domina esa suerte desde tiempos inmemoriales. Si para algo nació el Athletic fue para la batalla aérea, y en El Alcoraz lo demostró por su propia capacidad y por la insistencia de un rival desnortado desde que encajó el gol, precisamente precedido de una acción a balón parado que acabó en penalti de Diéguez sobre Íñigo Martínez. Marcó Raúl García y el encuentro lo jugó a su gusto el conjunto vasco, adiestrado para no correr riesgo alguno y cazar algún contragolpe de propina. Sin florituras, despejes al vacío cuando lo pedía el encuentro y un control moderado en el centro del campo se llevó los tres puntos que buscaban los azulgrana para seguir soñando. El frenazo fue en seco no solo por el resultado, sino porque la versión ofrecida despertó fantasmas del pasado, de impotencia para saber reactivarse ante situaciones adversas.

Los tres centrales, formación sobre la que el Huesca había construido su reacción, tenían nombre propio: Etxeita, Pulido e Insua, este último lesionado. El vacío lo ocupó Diéguez, quien en su debut desentonó en la mayoría de sus intervenciones para desajuste de una línea intratable desde que se desenvuelve con cinco defensas. El central perdió de vista al central rojiblancio en una pelota que caía al segundo palo y al descubrirlo lo derribó. Luego, le pudieron los nervios, que contagió a sus compañeros en la zaga. El defensa cometió un error en un pulso que estaba destinado a decidirse de esta forma, con dos equipos con un capacidad goleadora muy baja a la espera de una concesión.

Diéguez quedó retratado pero no fue el único culpable de este regreso a las derrotas. Hubo colaboración porque ni los centrocampistas supieron salir de la asfixia del Athletic ni los delanteros alcanzaron nunca a discutirle el reino del aire a un sistema defensivo impecable. En un momento determinado, el Huesca, acelerado y ramplón, sin juego por fuera, comenzó a sortear centros a la olla, donde Yeray e Íñigo Martínez son expertos cocineros aun con Enric Gallego estirándose. El equipo de Francisco tuvo sus ocasiones para empatar, fruto del ímpetu y de la necesidad, no del fútbol generado.

Ferreiro por dos veces y Gallego en un centro al que no llegó por milésimas pudieron haber maquillado un partido muy mal leído por los aragoneses, empeñados en poner a prueba a los centrales del Athletic y a su portero, intratables. Ni siquiera necesitaron los jugadores de Garitano a Williams y Muniain, ensombrecidos por las circunstancias de un duelo rudo que pedía a gritos seguridad. En la batalla de los centrales, el Huesca cayó en picado.