El Huesca no es un juguete roto pero se le han acabado las pilas. Frente a un Barça sin titulares, chicos debutantes y con un esquema novedoso, en ningún momento se pareció a ese equipo que lucha por la permanencia desde lo más profundo del pozo, a ese ejército de gladiadores que dejaba la arena vestida con su sangre en la derrota y en el triunfo. Tiene su lógica que ya no pueda más. La carga psicológica, física y deportiva a la que ha estado sometido para conseguir una ascensión sobrehumana, le ha pasado factura al no corresponderse su trabajo con los resultados. Las tres jornadas anteriores le hicieron daño porque tuvo el triunfo muy cerca y solo sumó dos igualadas, ambas frustrantes contra Celta y Levante. Se esperaba una última batalla épica ante esa alineación descafeinada de Valverde, pero el conjunto de Francisco se gripó frente al líder, dejándose llevar, sin gestionar una sola ocasión de gol ni por civil ni por lo criminal.

Hasta esta cita, siempre había discutido los partidos con mayor o menor fortuna, impulsado por el espíritu heroico que requería una empresa de dificultad monumental. El Barça vino a El Alcoraz a cubrir el expediente aunque alerta porque esperaba un adversario fiero. Se encontró, sin embargo, con un Huesca carente de chispa, de colmillo, de respuesta, del fútbol adecuado para este compromiso, y lució a algunas de sus promesas, caso de Puig, en un partido demasiado cómodo al que tampoco aportó condimentos ofensivos: una llegada de Dembelé y un tiro al palo de Malcom, nada más. El resto del tiempo transcurrió sin emoción alguna que no fuera que los altoaragoneses pudieran cazar un gol en alguna acción aislada o a balón parado. Nada de eso ocurrió en una tarde de sopor, de condescendencia por una parte y de rendición por otra.

Se vieron, de refilón, la energía de Ferreiro y la rebeldía del Chimy Ávila como el último aliento de una locomotora que se dirige a vía muerta. El tesón, la pujanza y la sublevación del hambriento en busca de alimentos para sobrevivir dejaron paso a un Huesca doliente, agotado por ese esfuerzo continuado e inútil por engancharse al pelotón de los que pedalean por salvarse. No fue un equipo entregado ni descreído, pero sí tímido, víctima de un ritmo muy bajo como para sorprender al Barça más humano e irreconocible de las últimas décadas. En otra tesitura, este empate sin goles se habría celebrado con orgullo. Hoy no hay fuerzas ni ánimo para aplaudirlo porque solo servían los tres puntos para recargar la batería.