No fue rival el Huesca para un Atlético de Madrid muy superior. El conjunto aragonés sucumbió en el Wanda, donde cayó presa de su propio complejo de inferioridad. Demasiado amedrentado, demasiado impresionado, el Huesca nunca fue una amenaza para un Atlético que lució músculo a lo largo de todo el encuentro y que se permitió el lujo de reservar efectivos y fuerzas de cara al encuentro del fin de semana ante el Real Madrid.

La cuarta derrota consecutiva del Huesca dolió no por esperada y lógica. Escoció porque el cuadro de Leo Franco nunca se sintió capaz. El Atlético tomó el balón desde el inicio y apartó de él a un Huesca que ni siquiera era capaz de parar a su oponente a base de faltas. Solo tres realizó en una primera parte en la que nunca hizo frente al Atlético. Al cuarto de hora, Griezmann ya había abierto la lata al aprovechar un servicio de Diego Costa para marcar a placer. Antes ya habían podido hacerlo Godín, de cabeza a la salida de un córner, y Lemar, en un disparo que salió desviado por poco. A la tercera fue la vencida. El Atlético ya había hecho lo más difícil y el Huesca fracasaba en su misión de oponer la mayor resistencia posible.

El tanto quitó un peso de encima a los de Simeone y fue una losa para el Huesca, que ya no levantaría cabeza. Antes de la media hora, un gran disparo lejano de Thomas superó a Werner y amplió la ventaja de los madrileños, conscientes ya de que casi todo estaba hecho. El mazazo dejó al Huesca tambaleando y al borde del KO. Pero lo peor estaba por llegar. Apenas tres minutos más tarde, un balón de Koke al que no llegó Correa acababa en la red oscense. En principio, el árbitro, a instancias de su auxiliar, anuló el gol, pero el VAR dictó sentencia y otorgó validez a la jugada. 3-0. La herida seguía sangrando.

La segunda mitad, por suerte, fue distinta. Simeone mandó levantar el pie del acelerador, reservó efectivos -a los 20 minutos ya había realizado los tres cambios- y se puso a repasar apuntes de cara al derbi madrileño. Leo Franco también guardó a Cucho y echó mano de Aguilera, que volvió a demostrar que es tan necesario en este equipo como lo era la temporada pasada, cuando Rubi tampoco contó con él al principio.

Así que los minutos fueron pasando lentos. El partido ya estaba decidido, pero el Huesca tiró de orgullo para acercarse un par de veces por las inmediaciones de Oblak, al que, por fin, vio de cerca. De hecho, Ávila y Aguilera estuvieron a punto de reducir distancias y maquillar el luminoso, pero sus remates no hicieron diana. Al menos, el Huesca había dado señales de vida por el Wanda. Un dato para la reflexión: si había cometido apenas tres faltas en toda la primera mitad, mediada la segunda ya llevaba una decena. Cuestión de intensidad. Algo sagrado ante cualquier rival.

También Werner evitó el cuarto al final con una buena parada. Y el marcador no se movió. El Huesca había muerto hace tiempo. De miedo escénico.